Todos sabemos que la clave de la felicidad estriba en poseer la ansiada trilogía de Salud, Dinero y Amor. Pero el dinero es el único de estos tres ansiados bienes que plantea serios problemas para nuestro equilibrio. Tener salud y amor, nunca es problemático, tener dinero sí que lo es.

Alcanzar una relación correcta con el dinero es una de las mayores dificultades a que nos enfrentamos en nuestras vidas. Confiados en que el dinero es sinónimo de bienestar, seguridad, éxito y placer nos lanzamos a rienda suelta en busca del preciado bien, y con frecuencia entregamos por ello mucho más de lo que obtenemos.

Todos conocemos algún pariente, amigo o vecino que es víctima de su propio éxito, que ha sacrificado su vida por acumular tesoros sin saber disfrutarlos. Mujeres que se casaron con quien no amaban, cegadas por el brillo del oro. Lo dice hermosamente la copla María de la O, que desgraciadita gitana tú eres teniéndolo tó,/ Maldito parné, que por su culpita dejaste al gitano que fue tu querer .

El escritor John Steinbeck narra en su novela La Perla la historia de un pescador japonés que se considera el hombre más feliz de la Tierra tras haber encontrado una perla descomunal. A lo largo de la novela la perla/tesoro es un imán de desgracias e infortunios de tal magnitud que el pescador, lleno de rabia, termina por devolver la perla al mar.

XABUNDANx los ejemplos de personas que han caído en la desdicha por dar rienda suelta a la codicia. La lista interminable que podría encabezar Luis Roldán, Mario Conde, Mariano Rubio , y decenas de alcaldes y concejales de todo el territorio español sería suficiente para llenar este artículo.

Pero hoy no hablamos de eso. Hablamos de nosotros, de la gente común que también yerra su camino porque la brújula que guía nuestra vida se orienta al norte del oro, cuando debería marcar el norte de la felicidad. Decimos que el dinero no da la felicidad, pero no nos lo creemos, y si lo creemos no actuamos en consecuencia.

Yo mismo puedo identificar sin dificultad cinco ocasiones en que mi vida dio un giro equivocado porque al valorar las alternativas, no supe desdeñar la más rentable . Es probable que cada lector que haya pasado los cuarenta se encuentre en situación parecida. Lo más grave es que estos errores tienden a acumularse con los años.

Si no hacemos un serio esfuerzo por analizar el problema, el paso de las décadas embota el discernimiento y nos hunde en el pozo del deseo. Por eso el prototipo del avaro es siempre un anciano, necio hasta el ridículo, que persiste en acumular riquezas terrenales cuando ya tiene casi los dos pies en la tumba.

¿Qué comeré mañana?, ¿con qué me vestiré? Cuántas mentes brillantes se han echado a perder por cavilar en torno a estas preguntas. Precisamente hoy que nuestra sociedad nada en la abundancia, y nadie entre nosotros pasa hambre ni frío, tiene menos sentido que nunca agobiarse por estas preguntas, pero lo hacemos.

Los cristianos creyentes (si de verdad creen) no tienen tal problema. Lo resuelve Jesús: "Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni guardan en graneros, y sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta" (Mateo 6,26). Los que no tenemos la suerte de ser creyentes hemos de recurrir a construcciones filosóficas menos certeras. Frente al Evangelio cristiano nuestra sociedad predica que no importa lo que somos, sino lo que tenemos.

Conozco gente que no ha elegido la carrera que le hubiera gustado estudiar, sino aquella que consideró sería más rentable , para descubrir al filo de los cuarenta que han arruinado sus vidas. Otras personas se angustian pensando que no tienen ahorros suficientes para el corto viaje terrenal. El ejemplo más ridículo lo ofrecía Gala , la esposa de Dalí , que según cuenta el abogado asesor del matrimonio se angustiaba por el futuro cuando ya era anciana, y tenía propiedades y cuadros de Dalí que le hubieran servido de sustento durante un millón de años.

Un amigo profesor de yoga me enseñó un bonito símil. La vida es como un viaje en automóvil, hay que calcular con holgura el combustible necesario. Pero así como somos capaces de calcular el consumo de nuestro coche, nos resulta mucho más difícil estimar los pertrechos necesarios para el viaje terrenal, y eso nos causa angustias y sufrimientos innecesarios.