Parecería agosto un mes parco en noticias que merecen ese nombre y por eso la prensa se empeña en plantear polémicas intrascendentes. Así es motivo de cotilleo malsano que el presidente del gobierno en funciones se ha ido de vacaciones con la que hay liada, y peor todavía porque su presunto socio se ha quedado colgado del teléfono, cambiando pañales, el pobre. Hay también mucha rabia en algunos comentarios sobre la semanita que los reyes de España y sus niñas van a pasar en un destino desconocido y cunde la idea entre la prensa del corazón, tan amiga a menudo de alimentar actitudes envidiosas, y la prensa malintencionada, que disfruta aparentemente con el mal o el sacrificio del otro, sobre todo si ese otro es rico, guapo y parece feliz, de que, porque les pagamos sus súbditos las vacaciones, no tienen derecho a siete días de privacidad al año. Y a una le parece que eso es convertir su papel institucional en una suerte de esclavitud, alimentada sin duda por ese exceso de visibilidad que el momento actual con las redes sociales presta y exige a todos los considerados famosos.

Lo parecería, en este mes, en el que parece obligatorio descansar, huir del estrés, contemplar el manso vaivén de las olas que nos adormecen o el rugido del levante que impide el baño entre banderas rojas, o el baile eterno de las hojas del eucalipto recortado en un azul interminable. Pero no es así. Porque entre el cotilleo y el morbo alimentado, surgen noticias que huelen a carroña y alimentan la carroña, mientras envilecen nuestra vida cotidiana. Así ocurre con la inmolación pública de Plácido Domingo, objeto de acusaciones sin pruebas, herido ya su prestigio, fama y honor para siempre, y hundida su presunción de inocencia sin remedio.

Y no es así tampoco, porque mientras leemos entusiasmados el descubrimiento de un megapingüino prehistórico, nos reímos también con la ocurrencia de ese peligroso personaje color naranja que pretende hacer América grande otra vez aunque sea comprando Groenlandia. Entre el megapingüino y el humano, me quedo con el primero. ¿Y usted, amigo lector?

* Profesora