El carácter virginal de lo nuevo, que lo dota de un atractivo enorme para el público, desaparece en el momento justo en que deja de ser una nube vaporosa y se convierte en un bloque sólido.

Porque cualquier proyecto político, sea cual sea su origen ideológico, persigue la representatividad, la influencia y el poder como fines primeros (ya que, si no fuese así, sus miembros y dirigentes se habrían conformado con constituir plataformas cívicas, asociaciones u organizaciones no gubernamentales). Y sí, es innegable que todas las formaciones nacen con un objetivo primigenio de transformación, de cambio frente a lo existente. Pero también lo es que, en cuanto que alcanzan a rozar la moqueta de las instituciones, se convierten automáticamente en eso mismo que deploraban.

Lo hemos podido comprobar durante los últimos tiempos, y cada vez se percibe con mayor nitidez: los nuevos, los que llegaron hace unos pocos años o meses, adolecen de los mismos defectos que aquellos que llevan décadas en las instituciones.

Porque, en cuanto que hay que hacer política de verdad, cuando hay que comprometerse, cuando hay que decantarse, cuando las palabras han de traducirse en hechos, cuando un discurso deja de ser suficiente, cuando cada gesto se mira con lupa, los partidos comienzan a desnaturalizarse, a abandonar a su electorado, a pervertir el sentido de sus promesas, a justificar sus incumplimientos y a cambiar el orden de sus prioridades hasta situar en un lugar privilegiado a los sillones, y en uno secundario, a los programas.

O sea: que a los nuevos partidos tardan en salirles las arrugas y los manojos de canas lo mismo que en nacerle sus primeros concejales, diputados y demás cargos. Y, aunque esto no sea novedoso, no deja de ser profundamente desmotivador para la ciudadanía. Porque la gente necesita creer, y se agarra a un clavo ardiendo cada vez que contempla la posibilidad de hallar en él la salvación para su pueblo, ciudad, región y nación. El problema viene cuando, por haberse aferrado a un llamativo clavito, acaba ingresando en una unidad para grandes quemados. Porque la cura, luego, suele ser lenta y dolorosa.