Dos semanas después del estallido financiero de Chipre, las dudas sobre las consecuencias de una crisis que afecta al conjunto de la eurozona no se han despejado. Pero la fórmula que la troika (el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional y la Unión Europea) ha impuesto para el rescate de la economía chipriota implica dos novedades muy importantes.

Por una parte, la ruptura de la norma imperante de facto hasta ahora por la que los estados debían socorrer, con abundante dinero público, a los bancos con dificultades. El argumento de que ese reparto a escote entre los ciudadanos era un mal menor comparado con el riesgo de quiebra de un banco, sistémico o no, se ha demostrado falaz y extremadamente pernicioso, porque ha alentado la irresponsabilidad de las entidades mal gestionadas. El principio de que cada banco debe responder por sí mismo --hasta la quiebra si es preciso-- es, pues, un paso adelante para sanear el sistema financiero y acabar con la contradicción de que los mayores defensores de la economía de mercado sean los primeros en reclamar la ayuda pública cuando están en apuros.

La segunda gran novedad de la crisis chipriota es la consideración de los depositantes de un banco como corresponsables de los errores de sus gestores. Parangonarlos a los accionistas y los bonistas a la hora de repartir pérdidas para reflotar una entidad supone traspasar una línea roja, con consecuencias imprevisibles.

Es cierto que en Chipre buena parte de las cuentas de más 100.000 euros --las afectadas-- son de dinero de origen dudoso, y que además esa cantidad es el límite del capital garantizado en los países de la Unión Europea, pero endosar parte de la factura de un fiasco bancario a los llamados "grandes ahorradores" es transformar su condición pasiva de clientes por la de copropietarios.

La crisis chipriota y su torpe gestión por el presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem , han permitido saber que ese es el objetivo de la UE en la reforma que prepara para el 2018, que Alemania quiere adelantar al 2015. El proyecto aún será objeto de debates, pero ya se ha introducido incertidumbre y confusión y se ha dañado una práctica que siempre ha sido considerada una virtud, el ahorro. Y mientras, el euro sigue a la espera de una unión monetaria de verdad, bancaria y fiscal que garantice su futuro.