Si alguien tiene interés en averiguar cómo se cocina una novela desde dentro, a fuego lento, no tiene más que recabar las noticias publicadas sobre la desaparición de Diana Quer, desaparecida hace ya tres meses.

Lo que en otras circunstancias no hubiera copado más que una esquina de la prensa local, pronto llamó la atención del país entero gracias, en gran medida, a la difusión que algunos famosos allegados le dieron en las redes sociales.

Teníamos el hilo de la trama, el personaje principal y los secundarios (sus padres, divorciados, y su hermana pequeña), teníamos los mecenas voluntariosos que patrocinaron la narración en las redes sociales... Solo faltaba sentarse a escribir la novela. Y eso es lo que, sin demasiado acierto, han hecho los periodistas. Un día publican una noticia con datos poco sólidos que es refutada al día siguiente. Primero ponen el foco en un feriante que al parecer amedrentó a la chica. Otro día se identifica un Audi A3 como vehículo implicado. Se vio a Diana Quer en Vigo, haciendo de intérprete. Se le puso la etiqueta de sospechoso a un exnovio. Se habló de una casa azul misteriosa en la que podría estar Diana porque la familia veraneaba en ella (tan misteriosa que la familia nunca ha oído hablar de la casa). Añadamos un nuevo sospechoso (o dos, o tres o una docena), un monovolumen (o una autocaravana, lo mismo da), una posible salida por aire o por mar... Y luego descartémoslo todo. Los periodistas podrían haber cerrado la historia a falta de datos verosímiles, pero ¿cómo refrenar a ese novelista que todos llevamos dentro?

Durante tres meses los especuladores han escrito a tiempo real una novela que hasta la fecha no conduce a ninguna parte. Ojalá los investigadores, esos negros literarios en la sombra, cierren algún día el caso, y con él la novela. Y esperemos que en esta ocasión la literatura nos ofrezca un final feliz.