TEtl hecho de que ya sepamos cómo van a quedar los índices del paro al final de la legislatura de un gobierno que lleva tan poco tiempo ejerciendo, y que estos índices vayan a ser nefastos, es indicativo de una desgracia social y humana pero también narrativa. Es como si empiezas a leer una novela y al cabo de veinte páginas de prosa farragosa te enteras de que el asesino es el mayordomo.

Estamos sufriendo la tutela de políticos y economistas que se ahogan (y nos ahogan) en su propio laberinto, y que además nos niegan el derecho al placebo que supone la esperanza. Hemos pasado de no merecernos un gobierno que nos mienta (Rubalcaba dixit) a un gobierno que mata la menor expectativa de progreso con el machete de la sinceridad. Y el buen novelista, como el mal esposo, sabe que es tan malo no contar nada como contarlo todo.

Yo que tantas veces he defendido la verdad por la verdad me pregunto si sería mejor vivir instalados durante un tiempo en los meandros de la mentira. Creer, por ejemplo, que el paquete de medidas económicas que ha tomado el gobierno durante el último año y medio sirve para algo más que para estrangular a la ciudadanía, que sirve, por ejemplo, para crear cuatro o cinco millones de empleos, para paralizar los desahucios o para recuperar una sanidad gratuita que empieza a resquebrajarse.

Pero ¿quién se atreve a creer en las luces con unos dirigentes que viven pertrechados en la perpetua sombra? El gobierno debe convertirse en un astuto novelista que sepa dosificar cierto suspense hacia un final climático. Creo que por una vez los lectores podríamos aplaudir un melifluo final feliz.