No deja de escucharse hablar a conveniencia y con reiteración de la memoria histórica , elevada ya a rango de ley. Es la primera vez en nuestra Patria que se necesita, después de más de setenta años y prácticamente sin protagonistas vivos que testifiquen ampliamente, poner sobre papel timbrado lo que fue o dejó de ser en un tiempo histórico pero que, por mor de la misma historia discurrida, es algo ya irremediable y estaba olvidado . Además ahora, por más que se empeñen, ya es imposible variarlo para hacer a unos más buenos que a otros. Una vez oficialmente reconocidas las reparaciones administrativas y sociales a los que no las tuvieron en su momento, y que injustamente nunca les otorgó la burocracia fría de los vencedores, ya no hacía falta remover más. Las tumbas que quieran reabrir los dolientes, bien está, que la Administración ayude para que, honrados, reposen en los camposantos (o no santos) que elijan, y ya. Los paredones manchados con la sangre inocente de los diferentes españoles ya han sido blanqueados por el tiempo y, aunque de infausto recuerdo, sin distingos, no se los pueden convertir en monumentos tal vez por vergonzosos también si se quiere.

XPASADO TANTOx tiempo, y a más de treinta años de la muerte del dictador, cada noviembre algunos se obcecan en rememorar un enfrentamiento --versión edición anual-- que ya a nadie le importaba salvo a los rentabilizadores de causas muertas. Ya está bien de mártires, tanto de hoces como de cruces, que si seguimos abonando rencores en España cualquiera de las dos puede helarnos otra vez el corazón . Pero parece que son muchos los que saben que el asunto vende, incluso se apuntan al menudeo individuos de clarísima desvinculación combativa en los días pletóricos del régimen. Es pasmoso como publican libelos reclamando reparaciones a toro pasado cuando nunca antes se metieron en problemas contrariando al general y; después de que está bajo quintales graníticos, muerto y bien muerto, se despachan ahora como adalides de la reivindicación republicana reprimida sin haber sentido en sus carnes ni bolsillos el más mínimo roce de la vara represora franquista. Cabría preguntarse con horror si no son esos mismos que reclaman la valencia de la memoria histórica , como remedio para no olvidar, y así eliminar de nuestros genes el patógeno cainita, los que incitan a comportamientos violentos a una juventud desideologizada, sin formación ni base para comprender ellos mismos los sanguinarios eslóganes que cantan con sus uniformadas indumentarias. Esos jovenzuelos que visten cazadoras y pertrechos militaroides, así rapados así pelospincho, que quieren enfrentarse brigadista o escuadristamente blandiendo unas consignas aprendidas que suenan a frentepopulismo de porro trasnochado o a fascistismo de fútbol y graderío ¿Saben los instigadores en qué responsabilidad incurren trascendiendo sus demagogias a la abúlica calle para que niños biencriados, holgantes toda la semana hasta el viernes de botellón revolucionario, se líen a palos y navajazos? ¿Quién les precede con la palabra para azuzarlos anualmente los noviembres de difuntos? Alguno incluso forma fila para la foto en la algarada pretendiendo --¡iluso!-- ganar en la asonada los votos de los que nunca van a las urnas, ¡porque no se levantan para votar jamás!, sobre todo tras la borrachera del sábado noche: ¡prueben a convocar una manifestación un lunes, o un domingo mejor a las diez de la mañana-!

Hace falta urgentemente despejar con las urnas el ruedo político ibérico de aquellos minoritarios que creen que la historia les debe un triunfo que por otros méritos no obtienen. Partidos hoy enanos, huérfanos de referentes, anclados en revoluciones fracasadas que cayeron junto con los muros-mordaza bajo el pico de la libertad. Son los que carecen de soluciones para los problemas diarios del ciudadano, que critican el parlamentarismo burgués, pero que se acunan en el escaño calentito y bien remunerado. O también de esos otros, periféricos y domésticos, apoyados también en violencias callejeras, que nos ponen en jaque a las mayorías a placer, revestidos de razones que entresacan de una lectura neohistórica aldeana y argumento cachirulo, gorro frigio antiguo, piedra y tronco, o gaita y meiga anciana que, junto a la pléyade del pachulí y las svásticas de marca, conforman toda esa indigencia mental multiforme que asola, cuando se le antoja, la convivencia mayoritaria. Se sienten poderosos porque toman la calle, pero son solo espabilados que viven gracias a la mayoría trabajadora que lucha día a día por una sociedad más próspera y libre.

*Presiente del Ateneo Ciudadde Plasencia y Entorno