A pesar de que se ha sido renuente a la hora de reconocer la gravedad de la situación económica, y que se ha pretendido camuflar este descalabro bajo otros nombres, la realidad se manifiesta con una indisimulada contundencia, dejando en entredicho las previsiones anteriores, como si de pronto se hubieran conjurado los elementos más adversos al objeto de activar todas las alarmas.

La desaceleración que está experimentando la economía española, es una consecuencia más del modelo globalizado que establece una serie de interacciones y de imbricaciones entre las economías de los diferentes países, donde basta con que en un determinado lugar algo rompa su equilibrio para que se produzca una reacción en cadena de consecuencias imprevisibles y contagiosas. La crisis financiera americana estuvo en el origen de esta debacle que está llevando al borde de la quiebra a la economía mundial, pero de no haber sido éste el detonante, el acabamiento hubiera sobrevenido de la mano de cualquier otro dato, y el ciclo expansivo hubiera llevado igualmente el sello de su fin, atribuible entonces al encarecimiento de las materias primas, al déficit energético, a la alta inflación, al recalentamiento de la economía, a la subida de tipos, al estallido de la burbuja inmobiliaria o simplemente a cualquier otra circunstancia coyuntural.

XLAS ECONOMIASx se mueven a impulsos cíclicos más o menos perdurables y asimétricos, y a esta larga etapa expansiva de doce años de duración, le sucede otra regresiva o contractiva, donde es preciso que algo muera para que se inicie un proceso regenerador. Ahora nos toca transitar las tinieblas exteriores, realizar un vuelo ligero de equipaje por el sustrato de una economía valetudinaria y agónica, soportar una época de vacas flacas en la que, lejos de buscar pretextos exculpatorios que descarguen la responsabilidad en la falta de previsión de quienes nos gobiernan, afrontemos la situación con realismo y entereza. Pues los cambios de ciclo han existido siempre, y por mucho que crezcan los árboles, jamás tocarán con su ramaje el cielo, pues existen limitaciones, y una situación boyante puede cambiar merced a un mal viento desestabilizador y agorero provocado por cualquier marasmo internacional.

En esta ocasión España ha sabido ser previsora y ha llenado sus graneros con un superávit acumulado a lo largo de estos años de bonanza, algo que puede servir como un colchón que, de ser convenientemente administrado, pudiera atemperar parte del impacto. Teniendo en cuenta que las medidas de calado escapan a la competencia de los gobiernos nacionales, al estar transferidas a los organismos internacionales, que son los encargados de dirigir y tutelar la política monetaria, mientras que muchas otras cuestiones fluctúan libremente, ajenas al intervencionismo estatal, regidas únicamente por la libertad de mercado.

Pero aunque el Gobierno tiene limitada muchas de sus anteriores atribuciones, aún dispone de mecanismos suficientes como para poder influir de una manera determinante sobre la economía real: reduciendo la presión fiscal, concediendo estímulos a las empresas, promoviendo el crecimiento mediante reformas estructurales, mejorando el funcionamiento del mercado laboral, estimulando la inversión productiva, inyectando liquidez en los mercados, conteniendo la inflación para mantener una moderación salarial que posibilite la competitividad de las exportaciones, pero sobre todo manteniendo una firme contención del gasto público para evitar que la situación presupuestaria se deteriore, ya que el gasto debe ir en consonancia con las previsiones de crecimiento, que el mismo Pedro Solbes rebajó últimamente en ocho décimas, hasta situarlas en el 2,3%.

El modelo de crecimiento español basado en la construcción y el consumo está tocando a su fin, debido en parte a la escasa liquidez financiera, lo que dificulta la concesión de préstamos a las familias y exige fuertes primas de riesgo a las empresas. Se precisa por tanto un nuevo patrón de crecimiento, que sea capaz de contener el sunami de los precios y la actual destrucción de empleo que ha incrementado el número de parados durante el último trimestre en 246.600 lo que representa un 9,6% del total de la población activa.

En el primer Consejo de Ministros, el Gobierno ha tomado la iniciativa aprobando un plan de choque contra la desaceleración, con medidas como la prolongación de los plazos hipotecarios sin coste adicional para las familias, la devolución de los 400 euros, la supresión del Impuesto del Patrimonio, todo ello supone una inyección de unos 10.000 millones de euros que, si bien no servirán para evitar la desaceleración en su totalidad, al menos contribuirán en el corto plazo a salir del bache, a que el aterrizaje sea menos violento, y a la postre a reactivar el consumo.

La intensidad y la duración de este ciclo bajista, depende de varios factores como: la evolución financiera internacional, el alza del precio de los carburantes y la intervención que se realice en materia de política económica. Sabedores de que las épocas de bonanza en economía no duran siempre, que hay que saber podar convenientemente el árbol para que crezca mejor.

*Profesor.