Estamos disfrutando de un verano extraño. Y aunque esta semana parece que ha regresado la estabilidad meteorológica, lo cierto es que no parece que esta pueda durar. Tampoco en lo político: aunque la calma, tras la moción de confianza y la victoria de Pedro Sánchez, parecía haberse instalado en el ambiente, la alegría ha durado poco. Y nuevos nubarrones se otean en el horizonte.

No es que la esperanza de un ambiente más sereno tuviera sólidas bases. El panorama que se oteaba en el horizonte del conflicto Cataluña-España no dejaba mucho margen: calendario de movilizaciones en septiembre y octubre, inicio del juicio de los líderes independentistas, elecciones municipales y, probablemente, catalanas, definían un marco de tensión segura. Pero la dura realidad otoñal se ha avanzado. Y nos encontramos de nuevo con un país muy tensionado, tanto en sus extremos derecha-izquierda como en el de Cataluña-España. No de otra forma pueden leerse los cambios de rumbo del Partido Popular en la política española y de la extinta Convergència i Unió en la catalana.

¿Qué implican esos resultados congresuales? Para España, la victoria de Pablo Casado aporta elementos inquietantes para el futuro de los servicios públicos, la maltrecha igualdad y, además, el retorno de posiciones sobre asuntos sociales que parecían superadas. Se trata, sin duda, de una victoria de las posiciones más ultras del PP, aunque analistas de la derecha española apuestan por que Casado retorne al centro, que es donde, dicen, se ganan las elecciones. Visto lo visto en Europa y EEUU estos últimos años, tengo mis dudas de que continúe siendo cierto.

Es verdad que, en lo tocante a la contaminación racista y xenófoba, nuestro país parece más inmunizado que otros vecinos, aunque estarán conmigo en que era un tanto sorprendente que la marea derechista que invade Occidente no tuviera aquí su expresión. Pero el viraje a la derecha, o al neoconservadurismo extremo, es perfectamente posible sin abrazar el populismo racista. Tiene suficiente con cuestionar la actual legislación sobre el aborto, oponerse a la eutanasia y a la ley de memoria histórica y apostar por reducir, todavía más, la baja presión fiscal española, con lo que ello implica de continuar jibarizando el Estado y los servicios públicos que ofrece a sus ciudadanos. Un IRPF máximo del 40% y un impuesto de sociedades del 10% anticipa retrocesos en educación, sanidad y dependencia, e igualdad y redistribución: la esencia de la política derechista de siempre.

En lo tocante a Cataluña, malas noticias también: reforzando puntos de vista opuestos, ambos congresos representan el retorno de las posiciones más radicales. Porque, piense usted lo que piense sobre el conflicto con España, apostar por una política de cuanto peor mejor jamás ha sido una estrategia que convenga a la mayoría. Recuerda la de aquellos grupos minoritarios de la ultraizquierda, que apuestan por la conocida dinámica acción-represión. Es doloroso contemplar cómo un partido como fue Convergència i Unió, que lideró el centro del país, se sitúa en un extremo del mapa político catalán tras su abrazo de la estrategia de Carles Puigdemont. Y, en lo tocante a los ámbitos sociales y económicos, también decepciona la ausencia de modelo que se propugna en el nuevo PDECat: el procés domina el relato.

Veremos en qué queda todo. Pero las señales apuntan a un otoño caliente: si no hay diferencias entre Sánchez y Mariano Rajoy, se entiende la conocida oposición de Puigdemont a la investidura de Sánchez. Lo que no augura nada bueno, para La Moncloa se entiende. Y aunque es posible que, por ello mismo, los próximos Presupuestos Generales del Estado terminen prorrogándose, la minoría parlamentaria del Gabinete de Sánchez y la tensión de Puigdemont con el Gobierno apuntan a meses conflictivos.

Lo dicho, no hay buenas noticias para gran parte de la población, ni en Cataluña ni en el resto de España. Pero, qué quieren que les diga, los líderes, sus partidos y los gobiernos expresan, de una forma u otra, la voluntad de grupos relevantes, e influyentes, de nuestras sociedades. Y si estas han decidido que cuanto peor mejor, pues habrá que acostumbrase. Y si quieren menos impuestos, menos pensiones, sanidad o educación… lo mismo. No hay más cera que la que arde. Aunque la que arda no sea la que convenga a muchos.