Hace muchos años, tal vez más de treinta, acompañé a Marc, un canadiense amigo de mi familia, a conocer la parte antigua de Cáceres. Durante toda aquella visita, él no llegó a comprender como yo paseaba tranquilamente por esas calles, mientras que él no tenía más remedio que caer de rodillas sobre el suelo empedrado con los brazos abiertos, asombrado por lo que tenía ante sus ojos.

Después de la visita, me confesó su sana envidia por la suerte que teníamos los españoles por nuestra historia, por ese grandioso patrimonio que forma parte de lo que somos y del que ellos carecían. No he olvidado aquel episodio por la sorpresa que me causó ese sentimiento de carencia, que él consolaba dando por sentado que su historia era la de Francia (era de Quebec), y porque contribuyó a que tomara conciencia de la importancia de una historia que me precedía y que es parte de mí y de todos los españoles.

Creo que Marc estaría estupefacto ante los ataques a estatuas de personajes de nuestra historia, actos vandálicos que han estado sucediendo y que han llegado a Extremadura; hechos que algunos españoles de este siglo llevan a cabo, por ignorancia o simplemente por postureo, y que son la consecuencia de juzgar al personaje, a su tiempo y a su historia de acuerdo con los modos y parámetros actuales, eliminando, en esa valoración, el contexto histórico. Es lo que los historiadores llaman presentismo histórico.

Siempre me han preocupado estas acciones basadas en la intolerancia irracional ante cualquier palabra, persona o hecho histórico (da igual el año en que se haya producido) que no se ajuste exactamente a una ideología del momento que se quiere imponer a costa de lo que sea, bien porque se considera la correcta o porque es la que interesa. Esta forma de actuar puede llevar a la peligrosa consecuencia de eliminar todo aquello que no tenga encaje en lo que se quiere imponer; nunca pensamos que asistiríamos a la destrucción de la ciudad de Palmira por el ISIS. Es un ejemplo muy extremo, lo sé, pero después de estar en pie durante siglos, acabó demolida por una “limpieza cultural” causada por la irracionalidad.

No se trata de comulgar con exageraciones en uno u otro sentido, sino de una natural aceptación de una historia, con lo malo y lo bueno, que a lo largo de muchos siglos ha dado forma a lo que es España. Una historia que nos ha llevado a mezclarnos con otros pueblos; una historia que, en definitiva, nos ha hecho como somos y forma parte inseparable de cada uno de nosotros.

Imagine usted que el Cid, Colón o los extremeños Pizarro y Hernán Cortés, todos ellos protagonistas de grandes hazañas, pudieran vernos con los ojos de su tiempo, ¿qué cree que pensarían de nosotros, los españoles del 2020?