En una carta publicada en el periódico El pensamiento español el 24 de enero de 1864, su autor, el por entonces obispo de Tarazona, se dirigía a la reina Isabel II para llamar la atención, en plena época de racionalismo krausista, "contra la sacrílega e impía enseñanza que se viene dando por una parte del profesorado, y contra algunas obras que sirven de texto para la instrucción de la juventud", reivindicando que la aprobación de dichos libros de texto se sometiera al examen de los obispos y que, en concreto, se prohibieran y recogieran dos reprobadas novelas: El judío errante y Los Miserables .

Más de medio lustro después, el 13 de octubre de 1931, don Manuel Azaña pronunció en las Cortes el famoso discurso sobre la cuestión religiosa que le allanaría el camino hacia la Presidencia del Gobierno, un discurso en el que vertió su ingenio e inteligencia a raudales con frases que han pasado a la Historia del ideario político español, tales como "España ha dejado de ser católica" o "Nosotros dijimos: separación de Iglesia y del Estado. Es una verdad inconcusa". En su intervención, hecha a las ocho de la tarde, a pelo, sin ayuda de ningún papel y en medio de un silencio enorme, tal y como cuenta en sus memorias, Azaña calificó como un asunto de "salud pública" la necesidad de prohibir la enseñanza por parte de las órdenes religiosas, y haciendo uso de una ironía sin igual, espetó al hemiciclo: "permitiríais vosotros que un catedrático en la Universidad explicase la astronomía de Aristóteles y que dijese que el cielo se compone de varias esferas a las cuales están atornilladas las estrellas".

XLAMENTABLEMENTEx, hoy día, a pesar del ingenio verbal e intelectual de don Manuel Azaña en aquella tarde de octubre, la Iglesia católica y la religión en general sobreviven en la escuela. Las prácticas de algunos centros educativos públicos, sobre todo de Infantil y Primaria, favorecen la presencia eclesial en aulas y pasillos y condena a la exclusión a aquellos niños y niñas que --ya por decisión propia, ya por decisión de sus padres-- han renunciado al proselitismo y la catequesis en horas de colegio. La divisoria entre la zona de creencia y la zona de ciencia en nuestra escuela sigue sin estar clara. La Iglesia campea a sus anchas adoctrinando de modo directo mediante las clases de Religión o subrepticiamente a través de un currículum oculto que convierte algunos de esos centros escolares en templos de devoción, decorados con santitos y virgencitas y con actividades orientadas al culto de la deidad. Por lo común, al finalizar la etapa de Educación Primaria (12 años) el alumnado tiene más claro el rocambolesco misterio de la Santísima Trinidad que el hecho de la evolución de las especies mediante la selección natural.

Las anunciadas reformas del sistema educativo, tanto de carácter estatal como autonómico, siguen sin querer atender a la necesidad de aquella parte del alumnado que no cursa las materias relacionadas con la religión, y establecen, en correspondencia con la presente legislación, un limbo educativo para nuestros hijos y alumnos. En consonancia con esta normativa, se señala que aquel alumnado que no curse las enseñanzas religiosas o Historia y Culturas de las Religiones deberá recibir la "debida atención educativa, sin que en ningún caso pueda comportar el aprendizaje de contenidos curriculares asociados al conocimiento del hecho religioso ni a cualquier área o materia de la etapa, ni se produzca discriminación alguna".

Como resultado de esta ambigüedad, nuestros hijos y alumnos, a la hora de Religión, se ven obligados a peregrinar por las dependencias más anodinas de los centros escolares, al no tener designadas aulas estables, en compañía de un profesorado indeterminado (a veces es el sustituto del sustituto del tutor o tutora), pasando por salas de profesores, despachos de miembros del equipo directivo o aulas de otros cursos superiores o inferiores, aislados cuanto más pequeños son, ya que el gregarismo religioso es más común en las primeras etapas de la enseñanza, cursando una supuesta materia vacía de cualquier contenido curricular, la debida atención educativa , sin una programación clara, caracterizada, en definitiva, por una plena nulidad pedagógica.

Dicha materia se convierte, así, en un castigo para quienes no desean cursar religión alguna, con el añadido de que los castigados han de sufrir la presencia omnímoda del simbolismo religioso en aulas y espacios comunes, así como asistir, a veces como convidados de piedra, a la celebración de actividades o campañas religiosas que engloban a todo el centro.

La escuela pública, por derecho y por cuestión de "salud", como dijera Azaña ("a mí que no me vengan a decir que esto es contrario a la libertad") debe ser un espacio laico, libre de adoctrinamientos de cualquier tipo y ajeno a las demostraciones públicas --ya sean icónicas o escénicas-- de la religiosidad.