TAtl hilo de los aviones caídos y los militares muertos, algunos sectores y precisos articulistas remueven la conocida actitud moral de construir la propia bondad con la maldad ajena, en un desesperado intento de buscar similitudes y circunstancias que alivien errores pasados.

Se busca un relato de los hechos, acogiéndose al conocido esquema de la narración redentora: hay que librarse de aquel pecado original cometido por Trillo con el desaliño de la identificación y el entierro de los militares del Jakolev, y nada mejor para ello que inventar un artificial camino que convierta el éxito de la actual gestión con los muertos en Afganistán, en fracaso.

Sobre el consenso del ejército y las familias de los muertos sobrevuela, ruborosamente, la maquinación de quienes erraron entonces y maniobran ahora, con el solo objeto de detraer mérito a una acción diligente, pero normal de gobierno.

Dar un paso de lo peor a lo mejor, en secuencias tan cercanas y semejantes, no es fácil de asimilar, pero siempre es una liberación que debiera constituirse en razón fundamental para la construcción de la bondad propia, sin necesidad de acudiar a imaginarias redenciones que refuerzan la conciencia de haber pecado.