XDxicen quienes entienden de estas cosas que uno de los males de nuestra sociedad es el exceso de corporativismo. Y se trata de una opinión razonable, pues aunque quienes mejor defenderán los intereses de un gremio sean quienes lo integran, desde el punto de vista del interés general no resulta admisible que sean quienes ejercen cierto oficio los que decidan a la hora de regular las funciones de sus profesionales. De modo que, por ejemplo, los que mejor sabrán cómo tratar a un enfermo serán los médicos, pero ello no implica que quienes mejor organizarían la sanidad pública fueran los propios sanitarios. O quienes mejor podrán diseñar autovías serán los ingenieros de caminos, aunque a nadie se le ocurriría otorgarles a ellos la capacidad de decidir dónde se hacen. Pero, claro, tampoco se trata de pasarse al otro extremo, pues si sería poco sensato que para dirigir la economía de un país hubiera que ser banquero, aún lo sería menos que las razones que condujeran a tal responsabilidad tuvieran que ver, qué sé yo, con el conocimiento de las lenguas muertas o con ciertas habilidades deportivas. Aunque las haya muy meritorias, qué duda cabe.

Pero, en fin, como me estoy yendo por las ramas y el lector querrá saber por dónde van los tiros, diré que estas reflexiones surgen como consecuencia de la sorpresa que entre el colectivo docente de Extremadura, al menos entre la parte de él en la que me desenvuelvo diariamente, ha causado el reciente nombramiento de la nueva consejera de Educación. Vaya por delante que no conozco personalmente a la designada, a la que es de elemental cortesía felicitar por su nombramiento a tan temprana edad, pero lo malo no es que un modesto profesor como quien suscribe, con más de treinta años de ejercicio en nuestra región, no conozca personalmente a la consejera ni le resulte familiar su nombre; lo malo es que tampoco parece conocerla nadie del oficio. Y, lo que es el colmo en los tiempos que corren, que ni siquiera el todopoderoso Google aporte nada al respecto?

Adviertan ustedes que escribir cosas como las anteriores resulta difícil, pues uno no quiere ser descortés con nadie, pero quienes se dedican a las tareas públicas, y cobran unos sustanciosos emolumentos por ello, han de saber que en esos abultados sueldos se incluye el soportar críticas más o menos fundadas. Y en este caso la aceptación de la crítica debe resultar especialmente fácil, pues la misma no se basa en acciones ya tomadas por la nueva consejera ni en ningún tipo de enemistad o rivalidad partidista. Se basa en la aparente falta de adecuación entre los méritos de la designada, cuya enumeración ocupaba más bien poquito espacio en la prensa cuando informaron de su nombramiento, y la enorme trascendencia de la tarea que se le ha encomendado. No dispongo ahora de datos estadísticos precisos sobre el total de profesores de primaria y secundaria en Extremadura, ni sobre el número de alumnos, pero todos sabemos que se trata de miles y miles de personas. Cientos de miles si se añaden los familiares de alumnos. Y cómo transcurran los próximos años para todos ellos en el terreno educativo depende de medidas que adopte la nueva consejera, cuyo conocimiento del terreno en el que va a desenvolverse resulta, al menos por lo que uno sabe, más bien escaso.

En resumen: que, efectivamente, es el presidente de la Junta, y no los profesores, quien está en su derecho de nombrar a quien considere más oportuno para desempeñar cargo de tanta importancia como el de consejera de Educación en la región de mayor fracaso escolar de España; y que sin duda se habrán manejado datos que al común de los ciudadanos, aunque lleve décadas trabajando en ese campo, le resultan desconocidos; pero que sería bueno que cuando se efectúan este tipo de nombramientos se evitara dar pie a sospechas de que, por una parte, quien designa no quiere sombra alguna a su alrededor, y, por otra, de que no es la transparencia sino la oscuridad de ciertas capillitas el medio en que se valoran los méritos que llevan a algunos hasta donde les llevan.

*Profesor