El 7 de julio pasado se hizo pública la tercera encíclica de Benedicto XVI titulada Cáritas y veritate (la caridad en la verdad ). Unas palabras que como un estribillose repiten una y otra vez a lo largo del documento. El Papa viene a decir que para construir un mundo más humano y más justo es preciso que la caridad sea iluminada por la inteligencia (la verdad) y que la inteligencia sea impulsada por el amor.

El Papa ya había dicho en su primera carta encíclica Deus caritas est que la caridad es "la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia", pero ahora se refiere a ella de manera más explícita y práctica. "La caridad manifiesta siempre el amor de Dios también en las relaciones otorgando valor teologal y salvífico a todo compromiso por la justicia en el mundo", dice el Papa.

Para un cristiano el amor es lo más importante: quien "está animado de una verdadera caridad es ingenioso para descubrir las causas de la miseria, para encontrar los medios de combatirla, para vencerla con intrepidez" (n.30). Pero, dado el "riesgo de ser mal entendida o excluida de la ética vivida" advierte que "un cristianismo de caridad sin verdad se puede confundir fácilmente con una reserva de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero marginales".

XES VERDAD QUEx la encíclica no pretende ofrecer soluciones técnicas a los grandes problemas sociales del mundo actual, puesto que esto no compete al Magisterio de la Iglesia, pero sí que recuerda los grandes principios que resultan indispensables para construir un auténtico desarrollo. Un desarrollo humano integral que beneficie, no a unos pocos, sino a todos los seres humanos, y que afecta no sólo a las necesidades materiales sino también a las espirituales. Desde esta clave, el Papa se refiere a las numerosas "cuestiones sociales" de nuestro tiempo: la globalización, la crisis económica, la ecología, la bioética, el trabajo, el desempleo, la precariedad laboral, la especulación, el turismo y los medios de comunicación, la libertad religiosa, las migraciones, etcétera.

Benedicto XVI recuerda a Pablo VI con su encíclica Populorum progressio , en la que ya trazaba unas líneas a seguir en pro del desarrollo integral del hombre. Ahora el Papa se lamenta de cómo, a pesar de los compromisos asumidos por los estados, han aumentado las desigualdades entre los pueblos. Dice que las causas del subdesarrollo no son principalmente de orden material, sino que están ante todo en la voluntad y el pensamiento de las personas, y todavía más "en la falta de fraternidad entre los hombres y los pueblos".

Con relación a la crisis económica ya había dicho el Papa que la ética tiene que estar presente en la economía, en la política y en las relaciones sociales de todo tipo. Y ahora lo repite en distintos momentos. Es precisa una reflexión sobre el sentido mismo de la economía y sobre sus finalidades. Cuando los criterios de productividad y de utilidad se anteponen a los valores morales puede estar creciendo la riqueza mundial en términos absolutos, pero aumentar a la vez las desigualdades se puede estar poniendo en peligro la salud ecológica del planeta.

Benedicto XVI sostiene que los poderes públicos deben regular la economía --desde la caridad y la verdad, eso sí-- para evitar que los más débiles, tanto si son personas como si son empresas o países enteros, sean sometidos a los más fuertes. Y, dado que hoy hablamos de un sistema económico globalizado, la economía debe ser regulada también en el ámbito internacional, y el Papa pide que se camine hacia una auténtica "autoridad política mundial" que "goce de poder efectivo". Una propuesta que ha se remonta a los tiempos de de Juan XXIII y que ahora el Sumo Pontífice aplica al funcionamiento de la economía global. Este gobierno mundial debería establecerse progresivamente, ser democrático y respetar el principio de subsidiariedad (n.57), por lo cual no tienen por qué desaparecer los estados nacionales (n.41).

El Papa concluye su encíclica subrayando que el desarrollo "tiene necesidad de cristianos con los brazos elevados hacia Dios en gesto de oración", de "amor y de perdón, de renuncia a sí mismos, de acogida al prójimo, de justicia y de paz".