WEw l patronato del Festival de Mérida ha puesto fin a la crisis abierta tras la destitución de Francisco Suárez con el nombramiento de la actriz y productora Blanca Portillo como directora y con la también productora Chusa Martín como directora adjunta. El primer valor del cambio es el cambio mismo: en los últimos años el certamen ha ido languideciendo, perdiendo personalidad y ha optado por unas propuestas que convertían las tablas del Teatro Romano más en un decorado que en ese espacio escénico único en el mundo para representar a los clásicos greco-latinos. Ahora, de las primeras palabras de Portillo se desprende su intención de acentuar ese carácter que da valor a la marca. Ojalá sea así. El Festival de Teatro Clásico de Mérida no puede tener entre sus principales aspiraciones ser un acontecimiento de masas; perseguirlo a toda costa sería un error porque ya, en sí mismo, el teatro no lo es. En ese empeño equivocado se han ido en los últimos años muchas energías que podrían haberse invertido en apuntalar la solidez de una cita cultural veraniega a priori incomparable. Y por el desagüe de ese empeño se han ido la atención que otrora prestaban los medios de comunicación nacionales, los que certifican, con su presencia y con su seguimiento, el marchamo de calidad de Mérida más allá de los límites regionales. Porque si una cosa debe ser el festival es ´marca de Extremadura´, imagen de la región. Y eso solo se consigue con calidad, con montajes escogidos, con rigor en las versiones. No lo va a tener fácil Portillo, y menos sin dinero. Pero es el único camino.