Ya nadie duda de que la tragedia que ha vivido este país en particular, y el mundo en general, durante los últimos meses, tendrá unas consecuencias impredecibles para nuestras sociedades. Como cualquier infortunio de proporciones gigantescas, los efectos -aún por comprender- se verán reflejados en todos los campos profesionales, desde el comercio o la producción primaria, hasta la gestión médica o el turismo, cambiando, sin duda alguna, nuestra particular forma de relacionarnos con nuestro entorno.

Gobiernos, pequeñas empresas, autónomos, multinacionales, oenegés o gestores públicos se preparan para afrontar el segundo «match point» que se barruntaba desde el primer día de esta crisis casi sin precedentes. Una recesión económica que, unida a una degradación sistémica de valores, quizás inducidos por la falta de oportunidades, ha ido normalizando prácticas que ya eran habituales, como el intrusismo laboral, minando poco a poco la competitividad de este país. No se trataba desde luego de que todo se fundamentara en la disciplina académica, pero el ninguneo a universidades y escuelas profesionales por parte de muchas empresas, particulares e instituciones es ahora más patente que nunca.

Basta echar un simple vistazo en las redes sociales para ver la nueva precariedad social y laboral que se vislumbra. Desde el «Gran Hermano» que predijo Orwell mimetizado en un vecino que desde el balcón se dedica a describir los supuestos comportamientos insolidarios de su entorno hasta los nuevos gurús que con intención de convertirse en referencia, enriquecen a golpe de «emoticono» su fortaleza profesional en variopintos grupos de WhatsApp.

De esta manera, en la «nueva realidad laboral» podremos encontrarnos un amplio elenco de nuevos profesionales. Hallamos sin buscarlos desde aspirantes a gestores que reenvían el último ‘pdf’ de turno con información de ayudas y subvenciones del BOE, hasta supuestos ‘coachs’ mentando innumerables anglicismos si ningún control, y que prometen dar la clave para afrontar la buena nueva de un mundo que nadie aún es capaz de intuir. También los hay versando revolucionarias técnicas en marketing o remedios caseros que replican bajo el recuerdo del vídeo que escucharon la noche anterior, antes de irse a roncar.

De nada sirven ya los fundamentos académicos de Kotler o Stiglitz en los nuevos paradigmas formativos y profesionales, puesto que, en muchos casos, hasta los propios gestores públicos que deberían de velar por servicios de calidad, intentan justificar sus plazas de mérito diseñando sin ningún criterio torpes campañas de comunicación sin ni siquiera conocer a Cruz Novillo, los fundamentos de un buen briefing de trabajo o la influencia de la Bahuaus en la gráfica social. O podremos encontrarnos también coberturas informativas realizadas desde un móvil, que le convertirán en reportero por un rato o ejercer la potestad de la opinión científica, menospreciando si cabe más a los médicos que estudiaron seis años de carrera y una especialidad. También, algunas grandes empresas reconvierten en estos días sus servicios olvidando todos sus esfuerzos del pasado hacia una estrategia de posicionamiento, puesto que prima la competitividad para que no se resienta el Ejercicio en su particular plusvalía.

Son las consecuencias de este nuevo camino, y que requerirá un nuevo modelo del Impuesto de Actividades Económicas en España, así como el sacrificio de muchos epígrafes profesionales que pasarán a denominarse: «de profesión cantamañanas». Sus beneficios son altamente interesantes. Permitirá vender en las farmacias, de 10 a 12, hamburguesas, máscaras de protección en las tiendas de suvenires, ofertar servicios de ‘mentoring’ en cualquier obrador de pan o comprar libros en cualquier abacería.

Bienvenidos a la carencia de deontología profesional que, sin duda, como a Ulises, nos hará varar en una particular Ítaca impredecible. Sin duda, un gran legado para las nuevas generaciones de estudiantes y profesionales que están por llegar.

*Publicista y empresario.