Desde sus primeros escritos, Marx habla de la «alienación» que sufre el trabajador respecto a lo que produce, que no le pertenece y solo enriquece a quienes mandan sobre él. Muchos piensan que los conceptos marxistas están obsoletos, pues la mayoría de la gente, al menos en Europa, no trabaja en una fábrica textil o una cadena de producción. Pero la alienación pervive bajo otras formas, más sutiles y por ello más difíciles de combatir. El mayor logro del capitalismo actual es que, como dijo hace poco el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, «ahora uno se explota a sí mismo y cree que se está realizando», de modo que ya es difícil percibir al enemigo, que muchas veces está en nosotros mismos. Quienes tienen un trabajo tradicional, con sus ocho o diez horas agotadoras, al menos saben lo que hay, no como quienes creen beneficiarse de las posibilidades de lo virtual. De ello trata el libro de Remedios Zafra, El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital, que obtuvo el último Premio Anagrama de Ensayo y que se presentó la semana pasada en Plasencia.

La antropóloga cordobesa describe sin paños calientes la masiva tomadura de pelo en la que caen miles de jóvenes cualificados en nuestra época, enganchados al ordenador o al móvil, presentes permanentemente en las redes sociales, pendientes de los «me gusta» y los comentarios de los otros, creyendo que van forjándose un prestigio que les abrirá las puertas a un futuro mejor. La autora ejemplifica las trampas de lo virtual en el personaje de Sibila, una ya no tan joven española que encadena becas con prácticas sin pagar o con sueldos miserables, que casi no despega los ojos de la pantalla y que poco a poco va desengañándose, dándose cuenta de que los elogios a su trabajo y las promesas son la cortina de humo tras la cual la plusvalía de su trabajo va a parar a otros bolsillos. Zafra habla del «entusiasmo inducido» al que se ven sometidos los precarios, y que «sostiene el aparato productivo, el plazo de entrega y tantas noches sin dormir, los procesos de evaluación permanentes, una vida competitiva, el agotamiento travestido, convirtiéndose en motor para la cultura y la precariedad de muchos que buscan vivir de la investigación y la creatividad en trabajos culturales o académicos». El entusiasmo que ha de reflejarse en ese constante exponerse y recitar los méritos, en realidad reverencias que se hacen ante quienes han de reconocerlos y que acaba por sustituir el verdadero entusiasmo que se sentía antes. Sin darse cuenta de que esa hiperactividad les impide pararse a pensar, reflexionar y preguntarse si tiene algún sentido lo que están haciendo, o que en realidad no se fomenta la competitividad, sino la competición entre compañeros, que impide cualquier solidaridad o reivindicación.

Para cualquier doctorando o becario de investigación, las palabras de Remedios Zafra puede que despierten cierta incomodidad: tantos congresos a los que van pagando, tanto trabajo gratuito, revisa este texto, gestiona este congreso, rellena esta solicitud, imparte las clases del catedrático que está de viaje: al final no son sino los burros que hacen girar la noria sobre la que se divierten los acomodados (profesores titulares, catedráticos, con acceso a todas las prebendas que se niega a los jóvenes precarios), como sugiere la acertada ilustración de la portada.