Los grupos vinculados a Al Qaeda que actúan en Irak y Arabia Saudí aplican una nueva forma de violencia. La captura de civiles extranjeros, su asesinato por decapitación y la difusión de las imágenes, dejan de ser hechos aislados para convertirse en una normalidad . Es su nueva manera de hacer la guerra. Tras el ingeniero norteamericano de la semana pasada, ahora vence el ultimátum sobre un traductor surcoreano. Esto se suma a los atentados indiscriminados ya conocidos. El objetivo es chantajear a los gobiernos occidentales y aterrorizar a las opiniones públicas.

Esta práctica criminal se produce en el contexto de una guerra sucia, repleta de mentiras y muy atenta a su repercusión mediática. Ninguna guerra es limpia y aséptica. La de Irak tampoco, desde ninguno de los dos bandos. Frente a eso, los medios de comunicación no tenemos derecho a tergiversar --o edulcorar-- la realidad. Ni siquiera cuando el horror es, como ahora, un arma y se exprese a través de bombardeos de áreas civiles, torturas a prisioneros, atentados terroristas o decapitaciones. Algunos piden que censuremos las cosas, que las demos por sabidas. Pero está claro que el horror actual desborda todo lo que conocíamos.