La manifestación del 15 de mayo del 2011 supuso un antes y un después en la forma de exteriorizar las protestas en nuestro país. Aquel día, al margen de los zarandeos a diputados y algún acto más que sobrepasó las normas de convivencia, pasará a la historia como la primera señal de que las instituciones se habían convertido también en objeto de queja, de que habían perdido gran parte de su papel democrático a ojos de quienes se sentían víctimas de la crisis. Pero, como sucede siempre en la historia, el 15-M es una fecha que forma parte de un proceso que había empezado antes, cuando las capas más activas de la población se habían dado cuenta de que quienes tenían que hacer el papel de intermediarios no lo hacían y que, en consecuencia, perdían su razón de ser. El 15-M era precisamente el día en que el Parlamento se disponía a aprobar los Presupuestos del tijeretazo, la consagración de un concepto que hizo fortuna por aquellas fechas y que venía a decir en resumidas cuentas que el Estado del bienestar estaba por encima de nuestras posibilidades como ciudadanos.

La prolongación y la profundidad de la crisis económica junto a la popularización de las redes sociales parecen haber sido los catalizadores de esa nueva forma de manifestar las protestas masivas, que probablemente nunca se hubieran producido de haber tenido al frente a una clase política a la altura de las circunstancias. Otra de las características de este nuevo tiempo es la ausencia de liderazgos alternativos claros y el efecto amalgama de cada protesta, donde confluyen siempre distintas quejas, bajo la misma o diferentes pancartas.

Esa mezcla es la que ha hecho posible algunas manifestaciones multitudinarias, en las que miles de personas reclamaron y rechazaron anhelos y agobios, no siempre coincidentes. La novedad del fenómeno explica en parte la lectura errónea que se ha hecho algunas veces por parte de partidos, instituciones y medios de comunicación de las protestas y de su cuantificación, en muchas ocasiones realizada de forma partidista.

Los sindicatos siguen defendiendo que son ellos quienes llevan el peso de las grandes movilizaciones, pero hay una parte de la población que ya no les tiene como referentes a la hora de canalizar las protestas. Más aún, el sociólogo extremeño Artemio Baigorri señala que son precisamente las centrales sindicales las que procuran unirse a la ciudadanía que espontáneamente sale a la calle para no quedar 'fuera de juego'. El problema en este caso es la poca organización a la hora de movilizarse, lo cual perjudica a unos y otros.