Vale... ya está... salió por fin. Ya tenemos nuevo decreto de currículo para ESO y Bachillerato con sello propio, distinto al anterior, por supuesto, es decir, de signo político contrario, pero dentro de una ley educativa que los propios han condenado a su derogación inmediata, llegado el caso.

Tampoco es que este sea una panacea, quizás mejor que el anterior, según qué aspectos, quizás peor que el anterior, según qué aspectos, y siempre mejorable, pero a estas alturas y a todas luces absolutamente inapropiado en el tiempo.

De todos es sabido que muchos alumnos optan por el esfuerzo según la continuidad de las materias, pues bien, quien haya hecho eso se ha equivocado, pues sus planes se han ido al traste. Con esto no digo que ni esté bien ni mal, pero sí me ratifico en la necesidad de un sistema estable, conocido y perdurable en el tiempo, con periodos de renovación concreta, por el bien del sistema en sí, por los alumnos, por las familias y la estabilidad de las plantillas.

Puestos a ser sinceros, y considerando que a casi nadie gusta la Lomce, salvo excepción que confirma la regla, de ahí lo absurdo del asunto, cambiar un 7 de julio un currículo, a unos alumnos, familias, docentes y centros educativos, cuando ni siquiera sabemos si a final de mes tendremos gobierno, con apoyos o sin apoyos, en coalición o en matrimonio de conveniencia, es cuanto menos inoportuno, pues el sexto sentido, que no es el del mundo de los espíritus como en el filme, si no el del sentido común, aconsejaba esperar acontecimientos. El día 1 de septiembre este nuevo decreto será de aplicación real en las aulas, a partir de hoy mismo en las matrículas y elecciones por parte de alumnos y destacable en las plantillas y horarios docentes. Todo esto en apenas mes y medio, sin los docentes en las aulas, de vacaciones y en un mes de agosto prácticamente inhábil.

Por si alguien no lo sabe, pensadores, pedagogos y demás han elaborado veinte reflexiones o consejos para poder llegar por fin a un pacto educativo, y uno de los consejos era, y es, precisamente, desenterrar las viejas disputas políticas que se extrapolaban en educación cuando ésta era utilizada como baluarte para distinguir un lado u otro, viejas heridas que siguen sin cerrarse, por lo que veo en DOE.