Dramaturgo

Hay gente que cree que el teatro no es necesario porque lo tenemos en las calles (y entre esa gente hay algún que otro dramaturgo) y pienso que se equivocan. Sería algo así como creer que no es necesaria la liturgia porque Dios está en todas partes. El teatro es liturgia que tiene como intención última conmocionar, al igual que la liturgia sacramental, y se sirve de la calle, de su lenguaje y sus conflictos para amar el rito, al igual que la otra que no sólo apela a la calle para hablar al hombre de Dios sino que se introduce en la emoción misma para conmover su alma.

El texto dramático bebe en las fuentes cercanas, en las calles, y gracias a la poesía, lo eleva a condición de arte. Subir a la escena y relatar con las palabras idénticas los problemas de una pareja de novios puede ser, aparte de tedioso, un ejercicio incomprensible, pero si la pluma de Shakespeare se encarga de ello, sale Romeo y Julieta.

Cuando se habla de teatro, se suele hablar de gentes de teatro, de obras concretas y de situaciones que rodean al teatro (como el Club de la Comedia o Las marionetas del pene ) pero nos olvidamos de algo consustancial con el arte de Talía: ser muestra de lo que ocurre a nuestro alrededor. Por eso hace teatro Juan José Marín Torvisco, un nuevo dramaturgo extremeño que acaba de estrenar su primera obra, Los cañones, en el Festival de Badajoz. Y lo ha hecho conmocionando, provocando un acontecimiento de la mano de los actores y actrices que sabiamente ha dirigido Eugenio Amaya, de Arán Dramática. Algo indicaba que un día podríamos ver en Badajoz la materialización de un objetivo soñado: una dramaturgia enraizada con nuestra realidad. Ya ha llegado.