Las elecciones en el Reino Unido que se celebran hoy, independientemente del resultado, suponen un cambio de ciclo político. No solo por la emergencia del Partido Liberal Demócrata como opción de gobierno --hasta ahora, el gran perjudicado de un sistema electoral mayoritario--, sino también porque culmina la era dorada del Nuevo Laborismo que llevó a Tony Blair al poder en 1997. Visto en perspectiva, la llama de ilusión que despertó en sus orígenes es hoy apenas un rescoldo.

El Nuevo Laborismo, impulsado por Tony Blair, Gordon Brown y Peter Mandelson en los años 90, fue visto como referente por sectores de la izquierda socialdemócrata europea que, tras la caída del muro de Berlín, buscaron inspiración en la llamada tercera vía. Las tres victorias consecutivas de 1997, el 2001 y el 2005 --sin precedentes para el laborismo-- confirmaron al renovado partido como atractiva opción de gobierno.

La ecuación promovida para su reinvención fue la siguiente: las políticas económicas liberales permitirían generar la suficiente riqueza para financiar las políticas públicas y crear cohesión social. Sin embargo, la crisis financiera y económica mundial ha dejado al descubierto la inquietante alianza del Nuevo Laborismo con el mundo de la banca y las finanzas. Los tibios avances producidos en el ámbito social no han compensado las ganancias y millonarios bonus repartidos entre el selecto universo de unos pocos.

La City londinense se ha consolidado como el corazón financiero de Europa, pero a un alto precio para el proyecto Nuevo Laborismo. Los bancos hicieron, durante la década del 2000, grandes fortunas y los banqueros y altos ejecutivos fueron bien recompensados al calor de un paraíso financiero sin límites ni controles. Pero en el mismo periodo las diferencias salariales aumentaron, consolidando al Reino Unido como uno de los países más desiguales. Mientras que en el 2000 la diferencia de sueldo entre los consejeros ejecutivos y el salario medio de un trabajador era de 47 a 1, en el 2009 fue de 81 a 1. Igualmente, la discriminación de la mujer en la City es clamorosa: la diferencia salarial entre hombres y mujeres es del 60% y la presencia femenina en los consejos de administración es casi anecdótica.

La crisis económica y la explosión de la burbuja sobre la que el Nuevo Laborismo prometió hacer justicia social han puesto las cuentas del Reino Unido al límite. Fue difícil explicar la inyección de dinero público a bancos en apuros y ahora, en esta campaña, cómo hacer frente al mayor déficit público que ha conocido el país en tiempos de paz. De hecho, los recortes serán tan drásticos que ningún candidato ha hablado de ellos con claridad.

Esta época dorada del capitalismo especulativo en el Reino Unido también ha tenido otro efecto colateral importante. Como ha denunciado el manifiesto ´Citizen ethics in a time of crisis´, promovido por ´The Guardian´, la ética ha quedado desterrada del ámbito de las finanzas. Cualquier consideración moral ha sido secuestrada de los análisis económicos por los instintos animales del capitalismo salvaje. El escándalo del uso fraudulento de los gastos de los diputados no ha sido más que la punta del iceberg de una concepción de la vida política y económica que ahora todos los partidos prometen revisar.

A su llegada al poder, Blair aseguró que llevaría al Reino Unido al corazón de Europa. Incluso llegó a prometer un referendo sobre el euro. Su primer ministro de Exteriores, el hoy fallecido Robin Cook , sorprendió a los observadores con el anuncio de la introducción de una "dimensión ética" en la política exterior. Pues bien, lo contrario ha sido la regla. Su adhesión incondicional a George W. Bush en el apoyo a la guerra de Irak alejó al Reino Unido de Europa y boicoteó su emergente política exterior. No es casualidad que Cook, entonces ministro para asuntos parlamentarios, dimitiera con un valiente discurso en contra de la guerra.

Ni entonces Blair ni después Brown han hecho nada por combatir las olas de antieuropeísmo en el Reino Unido, hasta el punto de que en esta campaña ningún candidato se atreve a hablar de Europa. Probablemente, la idea de Europa en el imaginario inglés está más dañada que cuando el Nuevo Laborismo accedió al poder.

El Partido Liberal Demócrata, liderado por Nick Clegg , no es la solución a todos estos problemas, pero ha aportado frescura a la campaña. Es, precisamente, el continuismo de los laboristas con las políticas conservadoras lo que explica en gran medida su ascenso. Con su mortífera frase en el primer debate televisivo, "cuanto más discuten entre ellos, más queda claro que son lo mismo", Clegg ha volado por los aires los viejos esquemas del bipartidismo británico. Ha desbaratado la estrategia conservadora, que había impulsado a David Cameron como el nuevo revulsivo capaz de generar cambio; y ha encendido las alarmas en los laboristas al afirmar que no dará su apoyo a Brown para ser primer ministro, si este queda tercero en número de votos. Esta vez, las combinaciones de gobierno son más de dos.