Después del traspiés de la semana pasada, la Unión Europea ha aprobado un nuevo plan para rescatar la economía de Chipre, o más precisamente para rescatar su banca. Mientras el primero causó estupor porque vulneraba el principio de seguridad para los pequeños ahorradores, el segundo ha sembrado la inseguridad por su oscurantismo y porque inaugura un "nuevo modelo de rescate para otros bancos", en palabras del presidente del Consejo Europeo. Este sistema extiende la responsabilidad de la gestión de una entidad financiera no ya a los miembros de su equipo directivo, de su consejo de administración y sus accionistas, sino a los bonistas y a quienes tengan ahorros superiores a los 100.000 euros. En algunos casos, podrían perder la totalidad del dinero depositado, un extremo que aún no se puede asegurar porque se desconocen los detalles del acuerdo alcanzado entre las autoridades europeas, el FMI y el Gobierno chipriota. La reacción oficial de Moscú permite aventurar, no obstante, que los intereses de sus inversores han quedado a salvo.

El nuevo modelo, que básicamente reduce la contribución comunitaria en la solución del problema, incluye un control de capitales para evitar la fuga masiva de dinero de la isla. Primero se hizo un corralito para los particulares, lo que contribuyó a generar inseguridad; y ahora se hace para las instituciones y las fortunas. Pronto se comprobará si tiene alguna eficacia. Dos medidas inéditas en la historia del euro.

Pese a la rectificación del primer plan, el mal ya estaba hecho en forma de desconfianza, si bien hay que precisar que los mercados entonces no sufrieron en exceso, probablemente debido a que Chipre solo representa el 0,2% del PIB comunitario. La falta de transparencia del segundo plan y la certificación de que nos encontramos ante un nuevo sistema para afrontar las crisis de los bancos "tan distinto del que se utilizó para la banca alemana y la holandesa", cayeron ayer como un jarro de agua fría sobre la bolsa y la cotización de la deuda pública. No es una buena solución para el problema de la economía chipriota, un paraíso fiscal donde se blanquea dinero y cuyas autoridades llevaban nueve meses toreando a Bruselas, que cuando ha tenido que tomar decisiones ha reaccionado improvisando y rectificando sobre la marcha; o sea, generando inseguridad.