Tras su derrota en las elecciones para el Senado en julio y la dimisión hace 15 días del primer ministro japonés, Shinzo Abe, el Partido Liberal Demócrata (PLD), que lleva medio siglo ininterrumpido en el poder, decidió cambiar de rumbo y volver a los viejos tiempos para recobrar la confianza y afrontar los desafíos de una oposición envalentonada. La elección como primer ministro de Yasuo Fukuda, moderado y conciliador, del sector centrista del PLD, favorecerá una política menos reformista pero también mucho menos nacionalista que la de sus predecesores. Siguiendo los pasos de su padre, que fue primer ministro de 1976 a 1978, Fukuda está interesado, ante todo, en una política de buena vecindad en Asia, sin menoscabar la alianza con Estados Unidos, para preservar la prosperidad que hizo de Japón la segunda economía del mundo. De la gestión de Fukuda no se esperan sorpresas y sí un renovado apoyo a la misión de la OTAN en Afganistán.

Las perspectivas económicas son poco halagüeñas. Una parálisis de las reformas en esta época de turbulencias daría al traste con la esperanza de redimir al país del estancamiento y la deflación del último decenio. Si la economía no supera el marasmo, entonces el PLD, el partido inamovible en el poder, correrá el riesgo de perder las elecciones generales, lo que sin duda sería un acontecimiento con repercusiones en todo el mundo y una oportunidad histórica para el Partido Demócrata, la principal fuerza de la oposición que desde el mes de julio cuenta con mayoría relativa en el Senado.