Máster en Relaciones Internacionales

Desde 1945, una serie de valores o principios generales inspiran la creación y modificación de las normas que componen el sistema de Derecho Internacional. Los principios del Derecho Internacional tienen carácter de ius cogens, o derecho imperativo, cuya derogación o modificación no se permite, salvo acuerdo de igual rango entre las partes que originaron la norma, normalmente mediante tratados internacionales.

¿Cuáles son estos principios? Históricamente han existido dos modelos esenciales de Derecho Internacional. El primero se origina en 1648, con la Paz de Westfalia, momento en que nace el sistema europeo de estados. El sistema jurídico westfaliano, en cuya elaboración participan exclusivamente estos estados, fue definido en el Congreso de Viena de 1815, y se fundamenta en los principios de soberanía y no intervención en los asuntos internos de los estados, y en la legitimación del uso de la fuerza como medio de protección de los intereses políticos o económicos propios. No se reconoce una autoridad superior.

El segundo modelo nace entre 1914 y 1945 y cobra toda su forma con la Carta de las Naciones Unidas, por lo que se le denomina sistema contemporáneo o de la Carta, y supone una concepción completamente distinta de las relaciones internacionales. Como consecuencia del acuerdo colectivo de los estados tras las guerras mundiales se matizan los principios clásicos con una nueva serie de imperativos legales: derecho de autodeterminación de los pueblos, respeto a los derechos humanos, prohibición genérica del uso de la fuerza salvo en caso de legítima defensa, arreglo pacífico de las diferencias y cooperación entre los estados. Este sistema establece además una autoridad superior que reside en la ONU (o mejor dicho dos: la autoridad política del Consejo de Seguridad y la judicial del Tribunal Internacional de Justicia).

En 1991 desapareció la URSS y se creó la CEI, certificándose la ruptura del equilibrio bipolar que subsistió durante cincuenta años. Desde un punto de vista geoestratégico, la caída del régimen pro-soviético en Afganistán y la consecuente desaparición de la influencia rusa en Medio Oriente, así como la guerra contra Irak de una coalición de treinta y dos estados tras la invasión de Kuwait, colocó a los EEUU en una posición magnífica para afirmar su autoridad en la zona que va desde Paquistán hasta Irak.

Desde un punto de vista de política internacional, la administración Bush en EEUU acuñó ese año el concepto de nuevo orden internacional . Y desde un punto de vista legal, comenzó en Irak el régimen de inspecciones y destrucción de armas de destrucción masiva por la AIEA (Agencia Internacional de la Energía Atómica) tras la aprobación de las Resoluciones 687 (1991) y 688 (1991).

Desde 1991 todas las resoluciones hasta la famosa 1441 se han englobado sin duda alguna en el seno del sistema jurídico de la Carta de las Naciones Unidas. La legalidad o no de una solución final del conflicto que suponga no acudir a una nueva resolución se puede prestar a un complejo debate técnico oscurecido a causa de la ambigüedad con que conscientemente se redactó la 1441. Sin embargo, pienso que el debate sobre las resoluciones encubre una cuestión de fondo aún más relevante a medio plazo que las dramáticas consecuencias inmediatas que tendrá esta crisis de Irak. Esta cuestión es: ¿estamos asistiendo al nacimiento de una nueva generación de principios o valores que regirán en el futuro las relaciones internacionales dentro del marco actual, tales como un principio de seguridad que implícitamente parece haber cobrado cuerpo después de los acontecimientos del 11 de septiembre; o un principio de solidaridad que parecen promover los movimientos antiglobalización?; o bien, ¿contemplamos la creación de un nuevo orden internacional que supone claramente la liquidación del sistema existente, con sus principios y sus autoridades internacionales, y que vuelve en buena parte a los valores del sistema westfaliano anterior a 1945? Cualquiera que sea la respuesta, lo que ya parece seguro es que con el nuevo siglo se inaugura una nueva era en las relaciones internacionales que obligará a tomar posición a todos los estados y a las fuerzas políticas y sociales que los conforman.