Un frente abierto e indefinido. Miles de víctimas civiles. Bombardeos atroces. Soldados muertos. Generales y mapas. Suicidas. Hambre y sed. Protestas antiguerra en todo el mundo. Ningún atisbo de bienvenida de la población a las tropas invasoras. Mucha televisión. Sangre y sufrimiento a la hora del desayuno, del almuerzo, de la cena... El panorama que configura el momento actual de la guerra de Irak no puede ser más pesimista y desolador. La esperanza de un conflicto rápido se desvaneció hace días, mientras George Bush augura una guerra sin fecha de caducidad. Irak es un nuevo Vietnam. Y por si fuera poco, la disensión ha llegado al Pentágono, donde algunos generales han hablado a la prensa y han cargado contra el secretario de Defensa. Donald Rumsfeld está en el punto de mira de la opinión pública estadounidense que ve con terror cómo las bolsas de restos humanos empiezan a amontonarse y que el número de bajas en combate se está disparando. A diferencia de Vietnam, en esta ocasión no hay posibilidad de un alto el fuego, ni posibles conversaciones de paz. Bush lo ha dicho: llegará hasta el final. El siglo XXI ha empezado sin recordar las tragedias del siglo XX.