El Barça confirmó el sábado que es el mejor equipo del mundo. Su sexta copa del año lo certifica. Ganar los dos títulos nacionales y la Liga de Campeones la misma temporada, algo que está al alcance de muy pocos, significa ya una superioridad manifiesta. Pero hacerlo con un fútbol hermoso, a veces espectacular, es lo que da un verdadero valor.

Este Barça es lo nunca visto. El Real Madrid dejó su sello de número uno. Luego, el Ajax, el Bayern, el Liverpool y el Milan tuvieron sus ciclos, aunque nunca lograron aunar la acumulación del número de victorias y el clamor del elogio por la brillantez de su juego, como ocurre ahora. No conviene exagerar, claro, pero es emocionante ver cómo un equipo lucha y mantiene su personalidad para superar las dificultades que vayan surgiendo. Si los valores, sensaciones e impulsos que este deporte es capaz de transmitir a todo tipo de ciudadanos pueden trasladarse a la vida profesional y privada de cada uno de nosotros, tendremos confianza, estilo y coraje.

El triunfo mundial del Barça es también el triunfo de los jóvenes de la cantera, artífices de la victoria de ayer.

Ahora, tras lo nunca visto, llega lo difícil, que es mantener la excelencia. Probablemente, este equipo jamás volverá a ganar todos los títulos del año. Pero así demostrará algo también grande: que sus miembros son humanos.