La llegada a la Casa Blanca de un presidente con una sensibilidad mucho más cercana a la europea que la su predecesor en muchas cuestiones permitió albergar esperanzas de que las relaciones entre la Unión Europea y Estados Unidos superarían el enorme bache que se abrió durante la presidencia de George Bush, y que la guerra de Irak convirtió en un abismo.

Por el contrario, Barack Obama ha hecho algo que nunca hizo el anterior presidente: anunciar que no asistirá a la cumbre UE-EEUU a celebrar en Madrid en mayo. Obama, con la experiencia de haber asistido ya en menos de un año a dos de estos conciliábulos, lo considera una pérdida de tiempo cuando en casa tiene serios problemas domésticos, que la cita electoral de noviembre hace más apremiantes.

La política mundial está cambiando de ciclo. Hasta ahora, para Estados Unidos, Europa era un socio imprescindible pese a la idiosincrasia particular del Viejo Continente, poco comprendida en el Nuevo. Hoy hay otros socios que atraen tanto o más la atención de la todavía superpotencia, como los países de la cuenca del Pacífico, que emerge como el nuevo polo geoestratégico.

Mientras estos cambios en el mundo se van materializando, la UE aparece paralizada, sin el impulso que la entrada en vigor del Tratado de Lisboa debía imponer a la consolidación de la construcción europea y, por extensión, a las relaciones transatlánticas.

A ojos de Washington, la UE aparece como una cacofonía de instituciones y cargos de segunda división regida por la inoperancia, al tiempo que los líderes de los países europeos compiten, a veces vergonzosamente y al margen de la UE, por establecer una relación especial con EEUU.

Ya no basta con decir que la UE es la mayor economía del mundo o que es el mayor donante de ayuda humanitaria del planeta. Todo ello es cierto, pero no impide que la Unión se esté deslizando hacia la irrelevancia internacional, ausente de los grandes escenarios.

Por su origen africano y su formación asiática, Obama es el primer presidente estadounidense que no se siente heredero de una tradición solo europea. La suma de las características del presidente y de los cambios que se registran en el mundo a gran velocidad pone a la UE ante sus muchas debilidades.

Se dirá que la puesta en práctica del Tratado de Lisboa no se hace de un día para otro, pero lo cierto es que se ha perdido el impulso y ha tenido que ser Obama quien avisara.