El día que nació Obama, el Che era un hombre de 33 años, ministro de Industria y comandante de la revolución cubana. Había viajado a Uruguay para participar en la asamblea del Consejo Interamericano Económico y Social. Tres meses antes, EEUU había naufragado en Playa Girón en su intento de invadir Cuba. La revolución sumaba dos años de vida y el bloqueo de EEUU ya era una realidad, aunque oficialmente se iniciaría seis meses más tarde. Un bloqueo económico, comercial y financiero que ha afectado durante décadas la vida de los cubanos. En Montevideo, el Che señaló al imperialismo como el enemigo que significa pobreza, asesinato, incultura y opresión. Allí le conocería el periodista y escritor uruguayo Eduardo Galeano. El encuentro quedaría grabado en su memoria: ±Recuerdo aquel esplendor. Supongo, no sé, que era luz nacida de la fe. Y que no era fe en los dioses sino en nosotros, los humanitos, y en la terrestre energía capaz de hacer que mañana no sea otro nombre de hoyO. Pero el resplandor se fue ajando, como las paredes con desconchones de los edificios de La Habana, como los lemas de una utopía derrotada. Esta semana Obama se fotografió ante una monumental efigie del Che. Entre un rostro y otro permanece la invisible presencia de una multitud de semblantes que creyeron y sufrieron el pulso de unas ideologías que mercadearon con la miseria y se olvidaron de ellos. La fe, al fin, solo sirvió a los dioses.