El acuerdo presupuestario in extremis de republicanos y demócratas en la Cámara de Representantes --recorte de 26.000 millones de euros-- ha evitado la parálisis del Gobierno y puede que haya reforzado al presidente Barack Obama, como le sucedió en circunstancias similares a Bill Clinton a finales de 1995. Aunque el desenlace fue entonces bastante diferente: la Administración no llegó a un acuerdo con los republicanos y prefirió quedar bloqueada durante 20 días.

Optar ahora por el mismo camino hubiese resultado arriesgado tanto para la Casa Blanca como para los conservadores. Los programas de dinamización de la economía dependen demasiado de las finanzas públicas como para dejar en suspenso los fondos necesarios para llegar al final del año fiscal, en septiembre. Y, para los republicanos, este primer asalto no era el verdaderamente importante. El que van a disputar hasta sus últimas consecuencias será el del presupuesto del próximo año, cuando, con la elección presidencial a la vista, pretenden dejar sin fondos la reforma sanitaria de Obama y desgastar su imagen al máximo.

La presión de los cabecillas del ultraconservador Tea Party ha sido determinante en esta escaramuza. La dirección del Partido Republicano ha estado condicionada desde el principio por la orientación ultraliberal del movimiento. Pero sigue siendo una gran incógnita si la capacidad de movilización de la política de mesa camilla del Tea Party es suficiente para hacer frente al gancho electoral que tienen las inquietudes sociales de Obama.