WEw l proyecto de reforma de los mecanismos de control sobre el entramado financiero de Estados Unidos, presentado el miércoles por Barack Obama, está lejos de la propuesta de "refundación del capitalismo sobre principios éticos", hecha por el presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, en septiembre del año pasado, pero responde a un análisis realista de las causas que han llevado a la crisis económica y debe influir en la gestión de la misma en el resto del mundo.

Al aumentar las competencias de la Reserva Federal (Fed) para que ejerza una mayor vigilancia sobre la actividad bancaria y promover la creación de una agencia federal dedicada a proteger a los consumidores, encara dos aspectos de un mismo problema: la tendencia al riesgo encubierto de las entidades financieras y la desprotección manifiesta de los ciudadanos que invierten en productos de solvencia indescifrable.

Que la estrategia elegida por Obama sea la adecuada para sanear el sistema es harina de otro costal. De una parte, los grupos de presión, especialmente a través del Partido Republicano, se han puesto en marcha para dulcificar el proyecto cuando llegue al Congreso. De otra, el Partido Demócrata está lejos de apoyar sin fisuras la iniciativa de la Casa Blanca so pretexto, en parte ajustado a la realidad, de que hasta la fecha la Fed se ha distinguido por ser incapaz de cumplir con sus obligaciones y evitar situaciones como la quiebra de Lehman Brothers, la debilidad extrema del Wachovia Bank y otros episodios de sobra conocidos.

A favor del equipo del presidente Barack Obama opera la necesidad poco discutida de poner los medios para que no se repita un descalabro como el actual. Pero tiene en contra la opinión bastante extendida de que el capitalismo bajo control a la europea --la UE acaba de acordar una mayor fiscalización de la gestión de los bancos-- contiene el dinamismo y la creación de riqueza que distinguen al sistema, sin que, por lo demás, haya evitado ninguna de las crisis cíclicas.

El debate ideológico y político de las últimas semanas ha girado justamente en torno a la intensidad de la injerencia del Estado en la economía, y parece que de nuevo la vía neokeynesiana ha salido vencedora. Lo llamativo del caso es que algunas de las voces más escuchadas de la corriente intervencionista siguen pensado que el presidente no ha puesto toda la carne en el asador para liquidar la peor herencia del ciclo conservador que inició Ronald Reagan.