WSw i alguien esperaba el viernes anuncios espectaculares del presidente electo de Estados Unidos, Barack Obama, debió sentirse decepcionado. Ni se refirió a nombres concretos para ocupar alguna de las carteras clave del próximo Gobierno ni recurrió a gestos espectaculares, sino que prefirió tomar el camino que, por lo demás, esperaban muchos electores: comprometerse en evitar el sacrificio de la clase media en el altar de la salvación del sistema financiero.

Formulado de otra forma, puede decirse que, frente a la consideración superestructural de la crisis y a los remedios de gabinete, Obama volvió a poner de manifiesto su habilidad para plantear alternativas políticas en los términos esperados por el segmento social --baqueteado por la crisis-- que le ha llevado hasta la Casa Blanca.

Detrás de las palabras de Obama pudo adivinarse algo que, por lo demás, no pasa de ser un secreto a voces: la orientación moderadamente keynesiana del grupo de asesores económicos con los que se ha puesto a trabajar o de aquellas figuras de la comunidad académica a las que tiene en cuenta.

El exsecretario del Tesoro Lawrence Summers y el premio Nobel Paul Krugman entran en esta categoría, y son partidarios de promover la inversión pública y los programas sociales para rescatar a las familias de las lacras de la depresión.

La confortable mayoría demócrata en ambas cámaras permite a Obama seguir este camino, bastante diferente a la obcecación del equipo de Bush acerca de la capacidad del mercado de regenerarse por sí solo, y también de la prédica electoral del senador John McCain en idéntico sentido.

Resulta gratuito deducir de todo ello que Obama se dispone a dar un giro copernicano a la orientación económica de Estados Unidos a través de su programa anticrisis. En primer lugar, porque el plan de rescate financiero aprobado por Bush fue personalmente apoyado por los candidatos a las elecciones presidenciales, y en él se pone el acento en sanear las entidades de crédito como condición indispensable para salir del marasmo.

En segundo lugar, porque el propio Obama se ha ocupado de repetir que no hay ninguna alternativa que pueda suplantar el papel de la iniciativa privada en la economía del país.

Por último, porque la cultura política del grueso del electorado que ha apoyado a Obama, partidario de las reformas, no comprendería que fuera más allá de la contención puesta de relieve. Obama tiene como reto el declive y los problemas de la clase media y pobre, que sufrió los efectos de la reaganomics . Su personalidad de luchador infatigable, orador que encandila y sangre fría en momentos difíciles --sin olvidar todo un equipo de incondicionales, incluidos millonarios como Warren Buffet, George Soros y el clan Kennedy, convencidos de que EEUU necesita un revulsivo-- le han convertido en el 44º presidente electo de Estados Unidos.

Barack Obama encarna la esperanza de que el cambio es posible.