Sometido al escrutinio tan tradicional como arbitrario de los primeros 100 días en el cargo, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, ofrece una actividad desbordante, que algunos comparan con la de Franklin Delano Roosevelt en el mismo periodo, y un balance netamente positivo en las iniciativas --particularmente sobre planes económicos, reducción de impuestos para las clases medias, sistema de salud-- para cumplir con sus promesas electorales, aunque lógicamente habrá que esperar a que estas sean culminadas en el Congreso y en la práctica para emitir un juicio definitivo. De lo que no cabe duda es de que el presidente americano sigue en estado de gracia con sus electores, como lo demuestra el hecho de que mantiene un fuerte respaldo de la opinión pública, hasta el punto de que supera con creces el 60% en las encuestas, similar a los de Eisenhower, Kennedy y Reagan.

El primer presidente de Estados Unidos negro, en este periodo, ha demostrado ser un consumado maestro en el arte de gobernar la superpotencia, tanto en el Despacho Oval como ante las candilejas. Una circunstancia que ha terminado sorprendiendo a los más reticentes, que subrayaban su nula experiencia ejecutiva.

El anuncio del cierre de la prisión de Guantánamo y la prohibición de la tortura, el calendario sobre la retirada de las tropas de Irak, las perspectivas de diálogo con los tradicionales enemigos (Siria, Cuba, Corea del Norte, Venezuela e Irán) y la primera línea del combate contra el cambio climático tuvieron más repercusión que el aumento del paro y las incertidumbres sobre la recuperación económica. El primer objetivo de la política exterior --la reducción de la hostilidad que suscitaba Bush y el restablecimiento del prestigio norteamericano en el mundo-- deberá recorrer, no obstante, un camino tortuoso, aunque los primeros pasos apuntan en la dirección adecuada: el realismo sin fronteras de la nueva diplomacia cautivó a los europeos, pero decepcionó a los que esperaban una ruptura radical con el pasado y una defensa menos timorata de los derechos humanos.

Algunos periódicos norteamericanos reiteran que, con la política practicada en estos tres meses, Obama ha enconado, precisamente por la censura acerba de su predecesor, las relaciones entre demócratas y republicanos en el Congreso y en la calle, cuando su deseo era mitigarlas. Pero coinciden en el dictamen de que ha sido un buen comienzo, el primer acto de una representación apasionante que en cien días tuvo la fortuna de esquivar la crisis internacional que sin duda se producirá y pondrá a prueba los nervios de acero del comandante en jefe. Como corresponde a los intereses globales de la única superpotencia en un mundo sobrado de actores secundarios pero ambiciosos.