Una de las claves del lenguaje son los matices. Por ejemplo, la definición de obedecer, según la Real Academia Española, no los admite: "cumplir la voluntad de quien manda". Políticamente, esto es un problema. Resulta que quien manda tiene como obligación cumplir la voluntad popular, de modo que obedecerles es en realidad obedecernos. O lo que es lo mismo, obedecer, en democracia, adquiere más un matiz de autodeterminación que de obediencia en sentido estricto. La obediencia en sentido estricto va más con las dictaduras.

Por razones más complejas que las que permiten estas líneas, los españoles hemos sido educados en la obediencia. Hasta el punto de que se considera uno de los mejores síntomas de buena educación. Sin embargo, incluso para una ciudadanía cuya modernidad ha sido desarrollada bajo esa premisa, todo tiene un límite: hasta el ser humano más sumiso se rebela sin unas condiciones básicas de supervivencia.

La desobediencia civil es un interesante fenómeno político, entre otras cosas por sus ilustres impulsores y por sus contextos. Es una fórmula pacífica de disidencia política que desafía la legalidad vigente para denunciar un orden injusto. Uno de sus pioneros, el estadounidense Henry David Thoreau, se negó a pagar un impuesto para financiar la guerra de Texas contra México. ¿Quiénes la han practicado después? Líderes indiscutibles, admirados especialmente por los defensores de los derechos humanos: Mahatma Gandhi (1869-1948), Nelson Mandela (1918) o Martin Luther King (1929-1968) para, respectivamente, denunciar el colonialismo británico en la India, erradicar el apartheid en Sudáfrica y luchar por los derechos de los afroamericanos en EE.UU.

XLOS ESCRACHESx comenzaron en Argentina en 1995 cuando HIJOS (Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio) los utilizó para evidenciar a los genocidas del Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983) indultados por Carlos Menem; en España los ha popularizado la PAH (Plataforma de Afectados por la Hipoteca) para persuadir a los parlamentarios de que deben votar favorablemente su Iniciativa Legislativa Popular. Los escraches no llegan a ser desobediencia civil, en cuanto que no atentan contra la legalidad intrínsecamente, aunque en la práctica se sitúen en su límite. Es decir, que la ciudadanía aún cuenta con recursos más contundentes y legitimados política e históricamente que los escraches.

El problema en España no es el fenómeno, sino la reacción de la mayoría de los políticos frente a él. Imposible resumir la cantidad de estupideces y desatinos al respecto, así que me centraré solo en dos. María Dolores de Cospedal no debe tener la menor idea de lo que es el nazismo puro; quizá habría que recordarle que controlar los medios de comunicación sí está cerca del nazismo, y que sus palabras serían delito en algunos países. Felipe González se pregunta por qué el hijo de un político tiene que soportar presión a la puerta de su casa, pero muchos socialistas hubiéramos preferido que se preguntara por qué el hijo de un padre de familia sin recursos tiene que quedarse sin hogar a causa de un desahucio injusto.

El problema es que los políticos españoles, una vez más, no han actuado en función de la clase social a la que dicen que están defendiendo, sino de la clase política a la que ellos pertenecen. El problema es que no se han parado a pensar que los escraches solo bordean la legalidad, pero que el Tribunal de Justicia Europeo ha dictaminado que ellos la han vulnerado legislando sobre desahucios.

El problema es que parecen desconocer que su función pública no es equiparable a la de un trabajador cualquiera: ir a la puerta de un político a pedirle que nos escuche no tiene nada que ver con ir a la puerta de un electricista para ponerle una reclamación. El problema es que aún no han entendido que ya no somos chicos/as buenos/as; que no vamos a obedecer más allá de lo imprescindible; que no se dan ya las condiciones sociales y económicas para que la legalidad coincida necesariamente con la legitimidad. Así que, políticos y demás conciudadanos, abróchense los cinturones, que vienen curvas.