La estruendosa irrupción de la Conferencia Episcopal Española (CEE) en la precampaña electoral no debe hacer caer a la opinión pública en el error de que asistimos a un enfrentamiento abierto entre la Iglesia católica y el Gobierno socialista. Sobre todo, porque asociaciones cristianas, órdenes religiosas, párrocos, teólogos, portavoces del Opus Dei e incluso algunos obispos no oficialistas han manifestado opiniones muy distintas a la expresada en la nota elaborada por la cúpula del episcopado para orientar el voto de los católicos. Y todos estos discrepantes también son Iglesia. En general, se censura desde distintos sectores del catolicismo que la CEE haya entrado en política de forma demasiado partidista. Las críticas episcopales a determinadas leyes promovidas por el Gobierno de Zapatero, como la de los matrimonios homosexuales, iniciativas en el terreno escolar, como la introducción de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, y el proceso de diálogo con ETA para un final pactado del terrorismo han suscitado el rechazo radical de los obispos, lo que se interpreta como una inequívoca forma de pedir el voto para el PP. El presidente de la CEE, Ricardo Blázquez, trató el martes de hacer una lectura "evangélica" y no partidista de la nota. Pero no parece que sus matizaciones hayan escondido la intención antigubernamental del escrito.

Es exagerado por parte de los obispos y sus medios dar la sensación de que son ellos quienes sufren las iras de los socialistas. Al contrario, el Gobierno no ha sido hostil hacia el conjunto de la Iglesia española, pese a las arremetidas de la emisora episcopal.