Sí, todos tenemos objetivos. A veces tantos, que nos confundimos o acertamos si logramos marcar prioridades vitales o profesionales. En estos días de convulsiones políticas, percibo que no son los fines sino los medios utilizados los que pierden al ser humano. Ejemplos hay muchos, el del líder socialista Pedro Sánchez por su cerrazón en no dar su brazo a torcer, aunque lo criticable no sea el objetivo final sino los caminos que está utilizando para mantenerse en ello.

La otra mañana, durante el desayuno, un empleado de banca conversaba en voz alta con sus compañeros acerca de los objetivos que debían cubrir en su oficina. Entiéndalo como algo habitual si de una labor comercial se trata, igual que quien abre su tienda cada mañana para vender, aunque lo que más llamaba la atención no era su preocupación por conseguir las metas marcadas sino la manera en la que se gestionaba la situación y las tensiones que generaba. Resulta a veces complicado discernir, en el fragor de la batalla diaria, entre objetivos y maneras, finales y recorridos y, en definitiva, lo difícil que es el equilibrio entre lo que se quiere y la forma de lograrlo. Asisto a diario a situaciones en las que la ansiedad por llegar antes de haber recorrido el trecho necesario convierten los problemas en insalvables, sin que los protagonistas puedan superar el miedo que les produce un fracaso. Quizá, y volviendo al ejemplo reciente de Pedro Sánchez, esa haya podido ser una de las razones de su derrota: aspirar al reto político, respetable como todos, del ‘no’ a Rajoy, sin darse cuenta de que estaba errando en las formas y el mecanismo.

Seguiremos equivocándonos, por supuesto, pero seguro que el mejor aprendizaje sería no dejarnos llevar, tantas veces, por el durante y no el después. Ejemplos, no lo duden, continuaremos teniendo. Y, si no, asómense a la actualidad y ya verán.