El pasado 19 de junio moría en Anantapur (India), en la sede de la Fundación a la que había dedicado su vida, Vicente Ferrer. Al poco de su muerte, se empezaron a levantar las voces que reclamaban para su Fundación el Premio Nobel de la Paz. El Periódico de Cataluña, diario perteneciente al Grupo Z, propietario de EL PERIODICO EXTREMADURA, impulsó la iniciativa, que fue secundada por instituciones, partidos políticos, entidades diversas y por una amplia movilización social en la red alentada desde todas las partes del mundo. Ayer, en Oslo, la plataforma ciudadana pro Nobel para la FVF (Fundación Vicente Ferrer) presentó oficialmente la candidatura que recoge no solamente la magnitud humanitaria del hombre que intervino contra la pobreza en la India, sino el legado que nos dejó con su fundación, encargada de seguir trabajando, en el futuro, en su labor de cooperación para con los más pobres de entre los pobres y que sedujo a infinidad de personas en cualquier rincón del planeta; también en Extremadura, donde Vicente Ferrer estuvo invitado por profesores universitarios que habían colaborado con él en la India.

El Premio Nobel de la Paz ha reconocido muchas veces la labor sacrificada, discreta y humilde de entidades o personas que, con su esfuerzo callado, han luchado contra las injusticias. El caso de Vicente Ferrer y de la fundación que consolida su obra en la India es el claro ejemplo de la auténtica filosofía que debería animar un galardón de este calibre. En su persona se reúnen los condicionantes que dan calidad moral al premio. Más de 50 años batallando por conseguir, día a día, el reconocimiento de la dignidad del ser humano por encima de discriminaciones económicas o sociales, elevan el recuerdo y la presencia de Vicente Ferrer a grados muy altos de fidelidad a unos principios inalterables. Sus primeras acciones en el estado de Maharashtra, su retorno a la India, después de incontables trabas, para estar al lado de los intocables en Anantapur, el trabajo constante para conseguir mejores condiciones de vida con la creación de una red de escuelas, hospitales y asistencia para más de dos millones y medio de personas, la voluntad continua de no desfallecer en su empeño y de crear las condiciones para batallar contra la pobreza extrema a partir de la infraestructura de su fundación..., todo ello convierte a Vicente Ferrer en una figura de alcance internacional y en un referente ético para las generaciones futuras, con independencia de su credo o su raza.

Desde ayer mismo, el clamor popular por la candidatura al Premio Nobel de la Paz debe oírse en todo el planeta, como ya se oyó su voz y los ecos de su obra. No solo porque es de justicia, sino porque un galardón de este tipo nos haría, a todos, un poco mejores, un poco más humanos.