Maestro

Desde el jueves las nubes blancas tienen un aire de algodón dulce. Una voz segedana y castiza que hizo que algunos silencios se tornaran voces, se nos ha ido en silencio al silencio. Nos queda su palabra. La calle sigue adelante con su remoce, aunque las lluvias se lo ponen difícil a quienes se ganan bien ganado el jornal peleándose con el barro y procurando hacérnoslo fácil a los vecinos. Sin ir más lejos, para poder acudir a la inauguración de la magnífica exposición Marea negra de la que podemos disfrutar hasta el día 19, tuve que salir de la calle compartiendo un viaje de la ratona que toda la tarde estuvo llevando zahorra intentando ganarle la batalla al pegajoso barro y al agua. Hablando de la exposición, el trabajo de los reporteros gráficos gallegos nos permite tomar conciencia de dos cosas: la dimensión de la tragedia y la dimensión humana de los miles de voluntarios que compartieron afanes con los afectados. Cada foto es una historia dura que comienza con el hundimiento del petrolero. Las imágenes muestran las secuelas de la invasión negra y las miradas perdidas de quienes, sin cejar en el empeño, pusieron sus afanes en recuperar una costa que llamándose de la muerte, es la vida para ellos. Hemos celebrado los veinticinco años de Constitución (qué lejano queda aquello de los 25 años de paz ) en un momento en el que quienes no creyeron en ella experimentan un casi enfermizo afán posesivo. Los quioscos reparten el texto junto a la actualidad que nos habla de la muerte, incómoda acompañante de los que deciden huir de la realidad y se empeñan en un salir lento, irritante y contaminante de Madrid que lleva implícito un regreso de idénticas características para quienes, burlando a la parca cuneta, logren hacerlo. Es como si la monstruosa ciudad, ofendida por el abandono, estrechase sus arterias y luego, tal vez sorprendida por el alivio que supone sentirlas más fluidas, se resistiera a volver a soportar la invasión y, al verse incapaz, engullese lentamente y a su pesar las cápsulas rodantes. Madrid es eso y es así. Volviendo a la Constitución, que anima al diálogo para una mejor convivencia, es curioso que quien habla con su amigo el tejano y no tiene pereza en viajar allá donde le convoque, sea tan renuente a reunirse con los presidentes de las comunidades autónomas que, según reza nuestra Constitución, conforman nuestro país, cada una con sus particularidades, desde el superado retraso y abandono de Extremadura, hasta la histórica Cataluña. Esa cerrazón aznarina que deviene en una falta total de diálogo con los máximos representantes, legitimados y respaldados por el voto de sus paisanos, no favorece el fortalecimiento de la verdadera democracia. Por lo demás, en nuestra ciudad se ha perdido la oportunidad de conmemorar el aniversario de la Constitución cambiando el nombre de una calle, 18 de julio, por la fecha del día en que la mayoría de los españoles aprobamos la Carta Magna, 6 de diciembre. Como habrá muchos más aniversarios espero que en alguno de ellos se pueda hacer realidad el cambio. ¿Por qué aquí? ¿Por qué no ponen el nombre de Aznar a la estación de Lérida y el de los miembros de su gobierno a cada uno de los socavones del AVE catalán?