TEtl drama que relata hoy el diario de los refugiados sirios que huyen de la guerra civil es la imagen más palpable del fracaso de la diplomacia internacional en la llamada primavera árabe. Egipto es la otra cara de la misma moneda. Contemplamos estos días cómo las potencias occidentales han terminado por aplaudir el golpe de Estado de los mismos militares que sostuvieron hasta el final al dictador Mubarak . Para este final no hacía falta alentar a los jóvenes que ocuparon las plazas de El Cairo ni a los opositores de Assad .

Estados Unidos y Europa intentan desde finales del siglo XX mantener su hegemonía política a pesar de haber perdido potencia demográfica y económica frente a los países emergentes y también frente a las regímenes autoritarios surgidos de las antiguas dictaduras comunistas. Pero en las últimas dos décadas, los métodos para sostener este dominio han resultado tan erráticos como ineficaces. Los apoyos a dictadores de todo pelaje para sofocar el auge electoral de la izquierda en Latinomérica o de los islamistas en los países árabes han dejado en evidencia la hipocresía que se escondía en algunas intervenciones militares presuntamente "liberadoras" en Irak o en Afganistán. De la misma manera que la tolerancia con las escasas garantías democráticas que existen en Rusia o en China demuestra que los mercados pesan más que los principios.

Síria, Egipto, como antes Irak o Afganistán evidencian las fragilidades de un Occidente que pretende basar su hegemonía en una retórica democrática a menudo hueca y en una economía protegida y proteccionista. No debe extrañar que, en este contexto, algunos prefieran el populismo o el radicalismo islámico frente a la hipocresía de quienes dejan tirados a sus aliados sobre el terreno.