Ocurre en ocasiones que uno pone el oído en la calle y se sorprende. Sí, todavía.

Hagan la prueba cualquier mañana que vayan a tomar café y descubrirán el maravilloso mundo que nos rodea. Difícilmente encontrarán a dos personas hablando de poesía y sería toda una casualidad que no lo hicieran de lo mucho que cuesta llegar a fin de mes y lo mal que está el trabajo. Pero a veces acontecen situaciones inolvidables que dibujan un panorama alentador: me sucedió yendo de camino al campus, en un autobús.

Las dos chicas del asiento de atrás hablaban de sus ilusiones y próximos proyectos. Que si pronto llegarán las navidades y habían agotado casi el trimestre... Que era el penúltimo año de carrera y había que espabilar para buscarse la vida...

Todo esto me pareció normal hasta que comenzaron a hablar de literatura, de gustos musicales y de lo que veían en la tele al llegar a casa.

Los versos de Benedetti, el último disco de Robe, el pop de Sidecars y el programa de Virginia Díaz con sus Cachitos de hierro y cromo. Hasta alguna referencia al humor de Pablo Motos y la guapura de Rodolfo Sancho en Mar de Plástico, uno de los hombres de este mundo con quien, confesaron, les gustaría pasear por la playa.

Me ahorro el resto de los detalles. Todo muy educado hasta que comenzaron las comparaciones con compañeros de clase cuyos nombres ya no recuerdo.

No hace falta que entre a enumerarles el listado de piropos que dirigieron a esos chicos embrutecidos que poblaban el aula, sin que poco o nada, afirmaban, se pudiese hacer por llevarles al buen camino. El trayecto no dio para mucho más, pero me sirvió para bajarme del bus convencido de que a veces se aprende más escuchando que pensando. Quizá solo por eso merezca la pena poner el oído y salir de nuestro mundo para saltar al de los otros.

* Periodista