Escritor

Voy al teatro, pero cuando llego me advierten que no se entra por la puerta principal. Se entra por la puerta de atrás. El público que asiste es también de puertas atrás. Hay un público de puerta de atrás y otro de puerta de delante. El público de la puerta de atrás somos los desesperados del teatro, los que a fuerza de quererlo hacer modernista, nos lo hemos ido cargando poco a poco. El público de delante es el que no concibe que al teatro se entre por detrás, o sea, por donde entran los cómicos. Yo reconozco que soy público de delante, de los que siempre han querido ser sorprendidos, porque me consta que el de detrás no se a a sorprender de nada. Todo lo va a ver ya para joder al de delante, donde estamos los conservadores. A mí me pasa también algo antiguo, que después de ir tantos años a misa no me explico que se pueda entrar a ésta por la sacristía. Si todavía fuera para tomarse una copa de vino con el cura, me lo explicaría, pero meterme en las tripas de la iglesia no me apetece. Es como los cónclaves de los papas, me gustaría verlos teatralmente, no en los entresijos. Me imagino que los cardenales no se llevan todos bien, y sus miserias no me interesan. El teatro es siempre una primera imagen y si ésta falla, huyo.

Los enemigos del teatro han sido siempre la policía de los teatros. Una vez que ya no hay policía se hace todo contra el teatro, y se le destruye lentamente, como está ahora mismo, como una cosa de okupas que beben cerveza y follan lejos de hacerse el amor, que ya no se hace tampoco.

No se sabe quién hace más fuerza porque no vaya nadie al teatro, si los representantes políticos (doña Consuelo sólo va a ver La venganza de la Petra ) o los propios actores haciendo entrar por su puerta a los espectadores.

En fin, así está la cosa.