Cacereño y Cerro de Reyes lograron ayer el ascenso a Segunda B, y lo hicieron contundentemente: ganando los partidos de la eliminatoria. El ascenso supone el triunfo de la planificación, puesto que los dos clubs iniciaron su andadura por el grupo extremeño de la Tercera con la vista puesta en el ascenso: ayer recogieron los frutos. El Cerro es la primera vez que alcanza la Segunda B en el terreno de juego (la anterior ocasión, en la temporada 2006-2007, logró la plaza en los despachos). Para el Cacereño, un histórico del fútbol regional, lo logrado confirma que se ha puesto fin a cinco años de sequía, de que se ha corregido el rumbo de la era de Félix Campo y que los compromisos que adquirió Martínez Doblas cuando compró el club el año pasado se están cumpliendo: hacer del Cacereño la avanzadilla del fútbol extremeño en el panorama nacional. Ya está en el grupo cabecero, junto con el Cerro y el Mérida. La ambición y la prudencia con que Martínez Doblas ha llevado el timón permite pensar en que la Segunda B es una estación de paso. Ojalá sea así. Porque el fútbol --cualquier deporte, pero el fútbol antes que ninguno-- es una seña de identidad, una ilusión colectiva, el pretexto para la autoestima de una ciudad. El fútbol rinde dividendos no solo en el campo de juego, sino en el concierto de las regiones, de las ciudades. Será un tópico muchas veces irreal, pero cuanto más alto milite el equipo de una ciudad mayor categoría se le atribuye. Por eso, lo logrado por el Cacereño y el Cerro de Reyes no es solo un éxito futbolístico, es un logro ciudadano, de Cáceres y de Badajoz. Los extremeños, aficionados o no, cacereños y pacenses o no, debemos reconocérselo. Olé por ellos, por el Cacereño y por el Cerro.