XLxos cambios vertiginosos y profundos que se han producido, y se están produciendo en el mundo, se reflejan en cualquier acto ecuménico, y no hay duda que las Olimpiadas es uno de ellos. No sé cuál será el medallero final por países, y tampoco importa demasiado, pero están claros, aún aquí, los nuevos poderes emergentes. Ver por ejemplo a los deportistas chinos con su aire de nueva frontera, choca con el relajado distanciamiento de los rusos, que ya no son lo que eran cuando dominaban un imperio y se llamaban Unión Soviética. Y también ha bajado la prepotencia, ¿por qué no decirlo?, de los actuales líderes mundiales, y sus muchachos voluntariosos no van a conseguir el apabullante medallero esperado.

Da esta Olimpiada la sensación de intentar hacer un esfuerzo de moderación mundial, con menos propagandas nacionalistas que en otras ocasiones, en las que más que competir por una marca, parecía que se dirimía el honor de las naciones, y afortunadamente en esto parece que mejoramos. Debe ser la globalización económica, la que está imponiendo el estilo del XXI y ya las naciones se identifican menos por el color de sus atletas o por el apellido de éstos. Está bien este generar espíritu olímpico, que permite la nacionalización de las figuras que pueden conseguir marcas, allá donde se disponga de recursos económicos suficientes. Mucho mejor esto que el horror de ayer, en donde el perfeccionamiento físico, la belleza y el talento se identificaban con etnias nacionales.

La verdad, que es una maravilla ver cuantos juegos de destreza y competición hemos inventado, algunos hace varios milenios, y desde la ignorancia parecen extraordinarias las cosas que se consiguen; eso de hacer el Cristo en anillas, o más bien el San Pedro, no deja de ser espectacular, máxime para los que entendemos con dificultad los sacrificios necesarios para conseguirlo. Esto de mejorar continuamente las marcas no deja de tener su significado. El que cada vez haya que correr o nadar más rápido, saltar más alto o levantar pesos mayores debe estar relacionado con algún instinto profundo de la humanidad inscrito en nuestros genes, y es de esperar que la Ciencia no nos arruine la fiesta, localizando el gen que te hace correr o saltar mejor. Porque ya se sabe que la ingeniería genética es capaz de todo, y cómo se les deje, los Juegos Olímpicos pueden acabar derivando en un concurso de laboratorios de biotecnología.

De todas formas, bienvenidas sean las Olimpiadas, como gesto de paz y hermandad entre hombres y naciones. Mucho mejor, desde luego, que lo que ocurre a no demasiados kilómetros de Atenas. Es más, deberíamos hacerlas anuales, y así las opciones de muchas ciudades del mundo, para ser capitales olímpicas aumentarían considerablemente, y a Gallardón , alcalde de Madrid a la sazón, se le quitaría esa cara de pena que tiene, que me imagino se debe a la angustia por conseguir que Madrid sea ciudad olímpica, y no por tener que pronunciar el discurso inaugural del Congreso del PP. En fin, intentaremos aunar esfuerzos y echarle una mano para que nos alegremos los españoles con que el Madrid capital de todos sea sede de unos Juegos Olímpicos, y para entonces me gustaría presenciar un desfile de naciones algo diferente al actual. Por ejemplo, en las nutridas representaciones de Arabia Saudí o Persia, entre otros países musulmanes, me gustaría ver una numerosísima presencia femenina de estos países, con sus melenas ondeantes al viento, las caras resplandecientes al sol y exhibiendo unas gráciles piernas, apenas ocultadas por una generosa minifalda. Era la mejor señal de que íbamos por el buen camino.

*Ingeniero