TEtl aire que respiraron los vecinos de La Restinga cuando el otro día quisieron volver a sus casas, estaba impregnado del azufre de las emanaciones del espumeante volcán sumergido. El viento soplaba de mar a tierra, y ese olor, que dicen que es el del Diablo, o el del mismísimo infierno, les percutió en el pecho y les lastimó los ojos y la garganta, aunque bastó que retornaran a su exilio en El Pinar para que dejaran de sufrir los efectos del ácido sulfuroso. En la Península, sin embargo, a 2.000 kilómetros de allí, la toxicidad de la atmósfera no se debe a los regüeldos de ningún volcán, sino a la putrefacción de algunas almas, a los incendios provocados que calcinan miles de hectáreas de Galicia, de Asturias, de Castilla, y a la corrupción de las instituciones. Sabemos qué clase de viento trajo esas pestilencias, pero no que viento podría llevarse ese olor.

De la conducta de María Dolores Amorós , exdirectora general de la CAM, se desprende un hedor insoportable. Es la ciudadana que se asignó un sueldo de 100 millones de pesetas, y una pensión vitalicia de 60, por contribuir a la bancarrota de dicha Caja, y al serle retirado parte del botín pretende cobrar los 1.400 euros del subsidio de paro. Se ve que no le llegó para ahorrar nada a esa señora que no perdona una peseta... de los demás. Entre tanto, el poder político que permitió semejante cosa con sus nulos o viciados controles, encarnado por el PP en Valencia, también hiede, como asimismo el de Murcia, encarnado por lo mismo, cuyas dependencias visita la Guardia Civil guiada por el olor a podre. También apesta esa manera de votar que consiste en depositar la papeleta con una mano, mientras con la otra se pinza uno la nariz.

A los españoles de El Hierro les amenazan las fuerzas de la Naturaleza, pero esas fuerzas, como los animales, no matan por matar. Los incendiarios que asolan los bosques, las fragas y las florestas del septentrión peninsular sí matan por gusto, por codicia, por maldad. Las cenizas cubren el sol y la lluvia no acude a socorrer al arbolado en llamas. En La Restinga huele el azufre del volcán; en la Península, aquí y allá, el del Infierno.