Mi olor es humano, mi conciencia más limpia que la plata. Oler a humanidad no es sinónimo de oler a sucio; tener la conciencia tranquila es ser de buenas personas. Yo estoy orgulloso de este último término, heredado de mis antepasados; abuelos, padres y hermanos. Ese ejemplo que he recibido de mis abuelos Domingo y Francisco, de mis abuelas María Ruiz Rosa y María Romano Corzo. De ellos fueron los genes que he recibido, doy gracias a Dios de conservarlos hasta el final de mi vida. De mi padre José puedo contar que fue para todos los que le conocieron muy querido, guio en Semana Santa el trono de la Virgen de la Soledad, patrona de Badajoz. Mi madre, una bella mujer montijana, bondadosa y buena persona. De mis hermanos, Elidia, cariñosa hasta el último momento de la vida de su esposo José, fallecido a consecuencia de una enfermedad incurable; también de su hijo Pepito, adolescente, muerto de una fulminante enfermedad. De esta divina providencia que ha sufrido no han sido óbice para seguir creyendo en Dios.