El padre del difunto cantante Michael Jackson pretende lanzar al mercado un perfume con olor a su hijo. ¿A qué olerá? Quizá sea una mezcla aromática compuesta de chocolate negro en un tanto por ciento menor al chocolate blanco que luego se le añada, esto por lo del color de su piel. Vertamos unas gotitas de lejía que nos recuerde la obsesión del mito por la asepsia; un chorrito de colonia Nenuco, por aquello de su complejo de Peter Pan, el niño que no quería hacerse adulto; y una generosa dosis del líquido resultante de la cocción en coca-cola de fragmentos de disco de vinilo, de CD y de billetes de 1 dólar, esto nos recordará su condición de cantante norteamericano esencial en la historia de la música pop y de personaje famoso que generaba --y sigue generando-- dinero a espuertas. Apuesto a que este mejunje se vendería como rosquillas. Los mitómanos apasionados compran todo tipo de fetiches de su ídolo, muerto o vivo, aunque la reliquia en cuestión sea, digamos, repulsiva: mechones de cabello, ropa usada impregnada de sudor, peines, e incluso deposiciones enlatadas si las hubiera. La mitomanía, al igual que todo lo superfluo, va siendo cada vez una práctica más habitual del ser humano.

El caso es que a los que no somos muy aficionados a Michael Jackson porque estamos en otra onda musical, y porque, todo hay que decirlo, pensamos que no fue precisamente una persona ejemplarizante en lo que a su modus vivendi se refiere, no nos dejarán olvidarnos de él. A no ser que practiquemos la técnica evasiva del exfiscal Fungairiño : Ni veo tele, ni leo prensa, ni escucho radio.

Esto de intentar sacar posibles de debajo de las piedras es cosa frecuente cuando la piedra pesa poco y esconde mucho. De momento el olor a Michael Jackson puede impregnar de fragancia dineraria el bolsillo de su progenitor. Cuando este aroma esté sobreexplotado, sacarán a la venta otro recordatorio del mito a precio de ídolo. Claro, que mientras haya quien lo compre.