Mis viajes en Bla Bla Car me han enseñado lo lejos que está Extremadura del resto del país.

No, no piensen que voy a hacer leña del tren caído y a empezar a dar palos a los directivos de Renfe por su nefasta gestión ferroviaria en nuestra comunidad autónoma.

Creo, sinceramente, que el problema ya ha ido demasiado lejos convirtiéndose en un ejemplo palpable de por qué existen regiones de Champions, otras de mitad de la tabla y algunas, pocas, como Extremadura, de última fila si se trata de hablar de infraestructuras de comunicación.

Da mucha vergüenza que todavía se pueda viajar hasta Madrid en poco más de dos horas desde Salamanca cruzando sierras en un tren estupendo y que de Cáceres a la capital tengas que cruzar los dedos para que el vagón no se rompa o no le falte combustible a la máquina.

Y, como este, les pondría un puñado de ejemplos más para anunciarles, con tristeza e impotencia, que hace ya tiempo que renuncié a mi condición de viajero en tren desde Extremadura a Madrid.

Usted y yo, ciudadano extremeño, paga impuestos como quien más para que los servicios públicos sean acordes a la contribución que hacemos al Estado.

No hay explicación posible a tanta dejadez, abandono y humillación. Ni los ceses ni los cambios de directivos de Renfe pueden justificarlos.

El 17 de noviembre Madrid volverá a repetir la escena de una manifestación por un tren digno para Extremadura. Más que digno, yo diría que igual al de otras comunidades. Ni más ni menos. No hay derecho a seguir aguantando.

Imaginen qué pasaría si una mañana nadie se subiera, como yo, a un tren en Extremadura.

A lo mejor así encontraban la mejor manera de argumentar por qué se han olvidado hace mucho tiempo de nosotros.