Pues hasta aquí hemos llegado. Cuando ustedes lean esto, yo posiblemente me haya dado al olvido. Aunque suponga un esfuerzo que no sé si lograré conseguir, intentaré en mis vacaciones dedicar más tiempo a la lectura, escribir poesía y pasear con mi familia, que tanto me necesita y a la que no atiendo lo suficiente el resto del año. Quizá el sueño me pueda las noches de verano y tenga la suerte de dormir de un tirón más de seis horas seguidas. Hace tiempo que no sé lo que es eso. Me estaré haciendo mayor, digo yo. Me pondré manos a la obra para tratar de limpiar mi cuerpo de los excesos del invierno, de las calles vacías y las horas en la oficina enviando cientos de mails a personas que se cruzan por mi vida y que pronto olvidé.

Ahora que ha llegado el calor sofocante y ya guardé los abrigos. Me parecerá un milagro haber vestido esas ropas tan pesadas cuando llovía en mi barrio y la casa era el mejor refugio al que ir. No reconoceré mis pies por la arena porque pasaron meses sin mirarse cuando era otoño y esconderé el agua que cayó en mi pelo desde el cielo para cambiarla por la del mar. Trataré también de olvidar mi malhumor y las prisas de la mañana, y caeré rendido ante la luz que llenará la habitación de la calle de ese pueblo de mar que solo me conoce cuando llega el verano.

Así habrá pasado ya el tiempo desde que me prometí esforzarme paras superar metas cuando acabó el verano pasado y empezaba el curso. El colegio me parecerá el lugar al que siempre quise volver cuando lo vea cerrado y preguntaré a la máquina de café por qué ya no me grita. Ocurrirá cualquier mañana de este mes recién estrenado: el ordenador reclamará que vuelva con él porque lo dejé abandonado, solo en esta mesa donde ahora aporreo las teclas y busco el alivio de los días que vendrán. Llega el verano y el olvido, donde nadie me encontrará. Quizá vuelva perdido. Como cualquiera que sabe que siempre tendrá que regresar algún día.