La indignación es un buen mecanismo de defensa porque la transforma automáticamente en ataque. Es lo que está haciendo el PP con el caso Gürtel: no da explicaciones de los hechos que cada día son más probados y arremete cambiando las líneas de ataque en función de la coyuntura, y de acuerdo a las necesidades. La culpa la tiene determinada prensa. Estamos a punto de volver al principio, cuando la culpa de todo la tenía el juez Baltasar Garzón , actuando bajo oscuros intereses políticos; la segunda línea fue negar los hechos, por lo menos los que afectan a Francisco Camps . El tesorero del PP no justifica su fortuna y se enroca en su despacho de Génova. La última novedad es que Rita Barberá reclama la normalidad democrática en la recepción de regalos y da por hecho que Camps mintió sobre unos hechos a los que ella no da importancia: ahora arremete contra el diario El País, al que solo atenderá en los tribunales.

Mientras tanto, Mariano Rajoy ha recuperado la teoría de la conspiración, según la cual la larga mano de José Luis Rodríguez Zapatero y Alfredo Pérez Rubalcaba estarían manejando una historia que en realidad estaría hueca.

Hay que reconocer que el PP es una meticulosa máquina de perseverancia que utiliza la repetición de argumentos hasta que el guión exige sustituirlos por otros que incluso son contradictorios. Pudiera decirse que la gran esperanza es el mes de agosto, que es un bálsamo para lavar la memoria. Eso puede ser cierto en la conciencia colectiva e incluso en la prensa que necesita serpientes de verano. El problema radica en que la justicia, aunque duerma la siesta, se levanta con el lápiz en la mano para retomar el sumario en el mismo punto en donde lo dejó. Lenta, pero implacable, cumple los plazos y la esperanza de que el tiempo impida las resoluciones es baldía.

Mientras tanto, lo que pudiera considerarse un acierto se está convirtiendo en un inconveniente. Mariano Rajoy y los protagonistas de esa trama obscena que la policía ha bautizado como Gürtel son una tela de araña que le impide al PP dedicarse a hacer política. Tal vez piense que no le hace falta.