El barco de Open Arms sigue secuestrado en un puerto siciliano, pero a sus responsables ya no se les acusa de asociación para delinquir. Ahora, según la fiscalía de Ragusa, son presuntos culpables del delito de favorecer la inmigración ilegal. La diferencia desde el punto de vista legal es notable, pero sigue siendo una aberración que se acuse a sus responsables por haber salvado vidas que hubieran aumentado el triste balance de víctimas en el mare mortum cuando el número de oenegés dedicadas al rescate disminuye, lo mismo que los medios de que disponen las pocas que quedan.

La buena noticia de este desgraciado caso, si es que se puede llamar buena, es que la justicia italiana es una de las más garantistas de Europa. La mala es que la revisión y apelaciones pueden durar una eternidad. La malísima es que los riesgos que corren refugiados e inmigrantes que quieren llegar a Europa, riesgos que contemplan incluso la pérdida de la propia vida, serán cada vez mayores, enfrentados a las aguas no siempre calmas del Mediterráneo, a las mafias y a la presunta legalidad de los desalmados guardacostas libios. Y la peor noticia es que Europa sigue cerrando los ojos dejando que Italia ponga freno a la llegada de migrantes aunque sea a costa de dejar que sea la ultraderecha y los neofascistas quienes impongan su discurso racista, xenófobo y ultranacionalista que está en el origen de la actuación judicial contra Open Arms.